Por Pedro Manuel Chavarría Xicoténcatl
Nunca hemos respetado la naturaleza, a pesar de que la llamamos “Madre”. Muchas, si no todas las religiones, establecen la sacralidad de lo que nos rodea. No solo en lo que se refiere a los seres vivos, sino al medio ambiente en lo general: agua, aire, tierra. Sin embargo nunca ha funcionado como se pretende. No hay salida. Ya hemos visto que los seres vivos son depredadores obligados, desde una florecita hasta grandes carnívoros y el hombre. Todos hemos visto la capacidad de los caprinos para podar grandes extensiones.
No conocemos otras formas de vida además de las que aquí tenemos; quizá existan otros especímenes que no obtengan energía y recursos del medio planetario en que viven. Los vegetales es cierto que obtienen la energía del sol, pero se apropian en mayor o menor medida de otros recursos, como la tierra y el agua. Unos grupos desplazan a otros. La competencia en general es feroz. En algunos casos unas especies se asocian con otras de tal modo que se benefician de la proximidad, como los carroñeros, por citar un ejemplo muy evidente.
Unas especies mantienen a otras en forma indirecta, pero eventualmente todas toman un sitio y al menos con su expansión, evitan que otras especies, cuando no otros grupos de la misma, se puedan instalar, como nos muestran los territorios de cacería de grupos de animales, estos cuidan su zona y expulsan a los que consideran intrusos, evidentes competidores por los recursos naturales y por las hembras. Un grupo o una especie exitosa lo es cuando se expande: tiene muchos individuos y ocupa más territorio, hasta donde los recursos disponibles lo permiten.
En la mayoría de las especies animales y hasta vegetales la explotación del medio ambiente alcanza cierto equilibrio, de modo que los recursos consumibles, como son los seres vivos que sirven de presa, o equivalente, como los pastos, se regeneran. Unos y otros se contrabalancean y cada comunidad crece hasta donde los vecinos o los recursos naturales lo hacen posible. Influyen de manera determinante los factores climáticos, la disponibilidad de agua y los recursos dietarios. Pero el caso del hombre no ha sido así.
Los humanos somos omnívoros, lo que nos abre amplias posibilidades. Mediante herramientas y utensilios de caza podemos conseguir las presas que de otro modo serían inaccesibles. Disponemos de ropas y calzado, más o menos primitivos, pero protectores al fin, de modo que el clima no nos detiene. Obviamente contamos con mayor capacidad cerebral para poner en juego estos recursos extraordinarios. La evolución ha dotado a todos los seres vivos con diferentes recursos que los empoderan y limitan al mismo tiempo. En la medida en que una especie adquiere ventajas para explotar un determinado nicho ecológico, en similar medida pierde la oportunidad de ocupar otro.
Pero los humanos somos diferentes, no tenemos que esperar a que los ciegos mecanismos de evolución y adaptación al medio ambiente nos permitan prosperar en un determinado ambiente. Nos saltamos ese recurso de la evolución y nosotros mismos desarrollamos mecanismos de adaptación: herramientas, armas, vestidos, fuego manipulado a voluntad, etc. Igual sobrevivimos en lugares desérticos, que en junglas y climas gélidos; igual comemos desde insectos hasta grandes especies, así como una amplísima variedad de vegetales. El resultado natural es que no necesitamos condiciones específicas para instalarnos y prosperar. La expansión de los grupos humanos no parece tener límites y desplazamos a cualquier otra especie, desde plantas e insectos, hasta fieras. Los exterminamos y desplazamos. Al transformar el medio acorde a nuestras necesidades, lo volvemos inhóspito para otros. Ya hasta pensamos en colonizar la luna y marte.
Nuestro principal rasgo, la inteligencia, supera casi cualquier adaptación evolutiva, que por lo general tarda muchas décadas, si no siglos. En muy breve tiempo el hombre se adapta manipulando recursos y elaborando artilugios. Esto nos da una grandísima ventaja, a un altísimo costo. La sustentabilidad de otras especies ya no aplica para nosotros. Nada nos ha detenido hasta ahora, lo que ha ocasionado graves perjuicios para el resto de los vivientes y del medio ambiente. El efecto depredador se sale de control: extinción de especies, desertificación, derretimiento de glaciares, calentamiento global, cambios negativos en el clima, contaminación de aire, agua y tierra.
Podría pensarse que la evolución “se equivocó” al dotarnos con un arma terrible capaz de hacernos prosperar y de degradar nuestro medio. La inteligencia “superior” nos abre un panorama tan amplio como para entender nuestro mundo y el universo, para pensar, resolver problemas e inventar recursos tecnológicos, así como para reflexionar sobre las causas últimas de las cosas. De no ser por esta capacidad intelectual no entenderíamos nada, nuestra vida sería muy gris y nuestras principales preocupaciones y ocupaciones serían atender necesidades básicas: conseguir alimento, refugio, pareja y cierta estructura social. Pero seríamos sustentables y el planeta duraría más.
Transgredimos los límites naturales, cuasi-sagrados. Nuestras dotes naturales hace mucho que resultaron insuficientes, de allí el surgimiento de la tecnología y la medicina, por ejemplo. Desde el médico brujo hasta los grandes actuales representantes de la medicina, la cirugía, la genética, la inmunología y otras, el ser humano lucha contra la selección natural, es decir, contra la naturaleza. Hemos nacido con debilidades –predisposición a las enfermedades- y recursos físicos de bajo poder, pero también con la capacidad de prevenir las afecciones, atenderlas y hasta rehabilitar a los enfermos, así como fabricar herramientas y máquinas. No estamos a expensas de la genética –rasgos heredados-. Nos oponemos a los mecanismos biológicos y físicos que nos crearon.
Esta capacidad de prevenir, curar y rehabilitar, tiene muchos efectos nobles y positivos, pero al mismo tiempo uno negativo que pocas veces queremos ver. Ir contra la selección natural se convierte en un lastre cada vez más pesado. Es horrible pensar en no ayudar a los enfermos; así es nuestra condición humana, pero si volteamos a la dimensión biológica nos damos cuenta de las consecuencias de interferir con la Madre Naturaleza y el Gran Diseño, si es que este último existe. En circunstancias básicas –humanos- nos atendríamos a la selección natural y los enfermos morirían pronto, sin oportunidad de conseguir pareja, ni tener descendencia, con lo que estas personas no podrían heredar sus defectos y las enfermedades naturalmente irían desapareciendo, de modo que los sobrevivientes y exitosamente reproductivos se expandirían y las enfermedades no se desarrollarían.
Menos enfermedades y mayor sustentabilidad, pero al altísimo precio de someternos a las leyes naturales físicas, químicas y biológicas. No hemos consentido, lo que en cierto modo nos vuelve rebeldes que reniegan de su condición imperfecta y pretenden corregirla. Al intervenir sobre la naturaleza y sus leyes nos convertimos en cuasi-dioses, con todas las responsabilidades que ello implica y con sus efectos secundarios. Ni humanos ni dioses: rebeldes que escapan del plan general. ¿Qué habríamos de hacer con nuestra inteligencia? ¿Ver sufrir y morir a los demás? ¿O intervenir con las mejores intenciones, pero con nuestra cortedad de visión y consecuencias indeseables?
Ni los pollos ni las reses eran como las conocemos hoy en día. Con estrategias zootécnicas hemos modificado a estos animales para que sirvan mejor a nuestros propósitos. Igual hicimos, inadvertida o intencionalmente, con el maíz. Hemos sido genetistas desde hace siglos, si bien rudimentarios. Hoy tenemos recursos más sofisticados. Podemos “editar” genes y obtener nuevos seres vivientes diseñados por nosotros. Tenemos vegetales transgénicos que crecen más y resisten plagas. Se planea clonar animales “incompletos”, solo carne, sin cabeza ni aparato reproductor, pues lo que nos interesa es el alimento. A muchas personas se les han inutilizado los riñones y la mejor estrategia, y la más barata a mediano plazo, es el trasplante; hoy por hoy entre humanos, pero ya se planean cerdos donadores, no solo de riñones, sino también de corazones, y más.
Es inevitable pensar que todos estos adelantos son contra natura. Pero también lo es la medicina. Ya ha habido humanos con órganos ajenos a la especie, como corazones e hígados de cerdo que mantienen temporalmente vivo a un hombre. ¿Cómo argumentar en contra del trasplante o modificación de genes humanos? Los riesgos claro que deben considerarse, pero hay maneras de enfrentarlos. Algunos trasplantes de cerdo se han hecho en hombres que en breve plazo iban a morir, o que estaban en espera de un órgano humano. Vale la pena correr riesgos con quien ya se sabía perdido.
Pero ya se alzan voces en contra de la edición de genes humanos. Algún científico rebelde está en prisión. La barrera entre intervención génica curativa, preventiva y deseable por meras preferencias, es difícil de establecer. La iatrogenia siempre ha estado presente y ha ocasionado dolor y sufrimiento. Recordemos la talidomida y los efectos negativos de la kanamicina, pero también los efectos de la desconexión intestinal para combatir la obesidad. Todavía hasta la fecha vemos hepatotoxicidad de medicamentos presumiblemente benéficos. La cirugía estética de hoy tampoco está médicamente justificada. La edición de genes humanos verdaderamente es un paso audaz. ¿Debemos detenernos? ¿Los superhumanos por diseño son indeseables? Quizá estemos a punto de generar una subespecie humana superdotada, en detrimento de aquellos que no puedan pagar los procedimientos.
Ya antes una especie humana desplazó a otra, los Neandertales desaparecieron, aunque las circunstancias no están muy claras y ahora tenemos más conciencia de lo que hacemos. De haber detenido la investigación nuclear hoy no tendríamos bombas atómicas, pero tampoco centrales de energía con reactores de fisión. Ahora vamos por la energía obtenida a partir de la fusión nuclear generada y controlada por nosotros mismos. Los grandes aceleradores de partículas nos han permitido entender mejor la materia y el universo, pero en alguna época hubo fuertes rumores de que podrían generar una especie de agujero negro y acabar con todo. No hay avance sin riesgo. Quizá ganemos más editando genes que mejorando temporalmente a enfermos -todos nosotros- que eventualmente heredaremos rasgos negativos ocasionando dolor, sufrimiento y una carga económica considerable. Solo basta cosiderar cuántas personas en el mundo esperan por un trasplante renal como consecuencia de complicaciones de la diabetes. Habría que marchar con mucho cuidado, considerando siempre la posibilidad de iatrogenia. El hombre de este siglo de ninguna manera piensa ni actúa como el del medioevo. ¿Sería indeseable suprimir o modificar genes involucrados en el desarrollo de tumores malignos, o en el contagio del VIH, o en el desarrollo de diabetes? Es probable que tengamos que pagar ciertos precios.