Por Rafael Andrés Schleske Coutiño

A veces decimos que el voto es libre y secreto como si eso bastara. Como si todos llegáramos a la casilla en las mismas condiciones, con la misma información y la misma libertad para decidir. Pero no es así.

¿Cómo puede ser libre un voto cuando hay quien no entiende las propuestas porque nadie se las explicó? ¿Cómo puede ser informado si solo llegan promesas vacías sin resultados? ¿Cómo puede decidir con libertad quien tiene necesidad?

La libertad de elegir no empieza en la boleta. Empieza mucho antes: en el acceso a la educación, en la calidad de la información, en la tranquilidad de saber que no habrá represalias por votar diferente. La libertad electoral no se defiende solo el día de la elección. Se construye en la vida diaria.

En muchas comunidades del sureste, elegir no siempre significa decidir. A veces significa sobrevivir. Aceptar lo que hay, callar lo que se piensa. Y eso no es libertad. Eso es desigualdad disfrazada de democracia.

Un voto libre e informado no se condiciona. Se respeta. Y para que eso sea posible, el Estado, los partidos y quienes integramos el sistema de justicia electoral debemos ver más allá de las urnas. Debemos escuchar, comprender y actuar en favor de quienes viven más lejos de los centros de poder, pero más cerca de la necesidad.

No se trata solo de que el pueblo vote. Se trata de que el pueblo entienda lo que vota, por qué vota y que su decisión tenga consecuencias reales. Porque un voto verdaderamente libre no es el que se deposita sin presión, sino el que nace de la conciencia, la información y la esperanza.

Nos seguimos leyendo.

@RAFASCHLESKE

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