En la colonia española, los curanderos que ejercían en la Nueva España se valían de los recursos herbolarios de los indígenas. “Los negros, mestizos, mulatos y españoles prefieren para sus prácticas curativas, a las plantas, animales y minerales de la tierra, por dos razones principales: la primera, por su baratura y facilidad de adquisición; la segunda, por el prestigio místico de que se hallan investidos. Los colonizadores reconocieron la importancia del legado farmacológico indígena, lo que se puede apreciar por el suceso de que, a solo trecientos años de la Conquista, se redactó el primer libro de terapéutica autóctona con abrumador contenido para los españoles”, (Gonzalo Aguirre Beltrán, “Medicina y magia”. Colección de antropología social. Instituto Nacional Indigenista).
En 1550, el Colegio Santa Cruz Tlatelolco creado por iniciativa del virrey Antonio de Mendoza y fray Juan de Zumárraga, enseñaba elementos de la cultura ibérica a los hijos de caciques e indígenas nobles pertenecientes a la monarquía del emperador Moctezuma. Los indios que habían recibido enseñanza en el colegio hablaban y escribían latín con elegancia, el náhuatl con caracteres latinos, se expresaban y escribían en perfecto castellano, esto creó antipatía y rechazo entre los españoles.
“El Colegio no alcanzará sus objetivos debido a la intolerancia de quienes no verán con agrado que sean los indígenas tan adelantados. La oposición será tan tenaz, que quienes serán formados en ese colegio, no cabrán dentro de la estructura del gobierno ni de la vida virreinal dado que los puestos administrativos, de gobierno y religiosos, estarán reservados a los españoles peninsulares, lo que impedirá el acceso a los indígenas” (Dora Alicia Carmona Dávila, historiadora Universidad de Guanajuato. Memoria política de México, 2022) .
En ese año las condiciones del Colegio eran precarias por los recortes económicos que imprimía la monarquía española, que se encontraba en grave situación financiera por los disturbios causados por la traición de Mauricio de Sajonia al emperador Carlos V, que apoyaba al Colegio de Tlatelolco con 1000 pesos anuales, aportación que dejó de enviar por los problemas que enfrentaba en España.
Ante tales circunstancias el Virrey Antonio de Mendoza y los frailes franciscanos decidieron enviar al monarca español un obsequio que estuviera al alcance económico del colegio y a la vez sirviese de recordatorio de que el Colegio seguía activo y requería apoyo económico.
Fray Jacobo de Grado fue comisionado para organizar este proyecto y designó al médico indígena Tlatelolco Martin de la Cruz para que escribiera un libro exponiendo los recursos terapéuticos herbolarios indígenas, ilustrándolo con imágenes de las yerbas presentadas. (Juan Somolinos Palencia, Salud Pública de México Vol. 32, núm. 5, 1990.)
El libro quedó a satisfacción de las autoridades y designaron al indígena ilustrado en el Colegio de La Cruz Tlatelolco, Juan Badiano, para que lo tradujera al latín, y su labor fue encomiable. Es probable haya existido un tercer colaborador, un tlacuilo, pintor conocedor de los tintes vegetales usados en las imágenes herbolarias. (Juan Somolinos Palencia, Salud Pública de México Vol. 32, núm. 5, 1990).
Juan Badiano fue maestro de latín en el Colegio de Tlatelolco y manejaba ese idioma con un estilo similar al latín del romano Plinio, de ahí se comprende la traducción impecable y la letra artística con que lo escribió, mérito que la historia ha compensado agregando su nombre como colaborador del Códice de Martín de la Cruz. (Real Academia de Historia de España), (dbe.rah.es/form/contact).
Juan Badiano tituló al libro “Libellum de Medicinalibus Indorum Herbis”, que traducido es, “Librito de medicina herbolaria indígena” El Libellum se terminó el 22 de julio de 1552 y el manuscrito se entregó al Virrey Antonio de Mendoza, que la envió a España, pero el rey Carlos V nunca la recibió.
El manuscrito original fue obtenido por el cardenal Francisco Barberini clérigo favorecido por el conocido nepotismo de su tío, el Papa Urbano VIII (1623-1644), amante del arte y un mecenas bondadoso, después de ello el Códice estuvo olvidado y perdido, aunque, al parecer pasó de mano en mano, de diversos nobles de la época.
Se sabe que el secretario de Barberini, Cassiano dal Pozzo, sacó una copia del Códice, su patrón lo donó al Papa Clemente XI y un sobrino de éste lo vendió al rey Jorge III de Inglaterra. Actualmente se encuentra en la biblioteca Real de Windsor, pero el manuscrito original estuvo perdido durante 400 años.
En 1902 fue incorporado a la biblioteca del Vaticano con el nombre de “Códice Barberini” (RAH), donde permaneció sin la menor atención. En 1929 “una feliz ocurrencia permite al investigador americano Charles Upson Clark descubrir el manuscrito en un olvidado y polvoso rincón de la biblioteca del Vaticano, catalogado como Codex Barberini, en latín” (Gonzalo Aguirre Beltrán, “Medicina y magia”).
Por iniciativa de don Miguel León Portilla, se solicitó al Vaticano la devolución del Libellus y el Papa Juan Pablo II lo entregó al Museo Nacional de Antropología en su viaje a México de 1991. Actualmente el INAH resguarda esta joya histórica de México.
El Libro original se encuentra actualmente en las bóvedas de los sótanos de la biblioteca del Museo Nacional de Antropología, está encuadernado con terciopelo rojo-vino, con bordes dorados, sus medidas son 15.2 centímetros de ancho por 20.6 de alto y lo constituyen 60 fojas, que conforman 140 páginas.
El Códice es una belleza por la redacción impecable en latín culto, los dibujos coloridos cuya calidad pictórica ha persistido cuatro siglos, mientras sus copias han palidecido y perdido la imagen vital que el cuaderno original mantiene, gracias al arte y calidad de las pinturas de origen vegetal que usaron los tlacuilos aztecas.
La copia facsimilar del libro, impreso por el Instituto Mexicano del Seguro Social y el Fondo de Cultura Económica en 1964, se encuentra en latín y contiene fotografías de los dibujos originales de las hierbas medicinales presentadas por los autores.
En 1991, las mismas instituciones agregaron un segundo tomo en una sola edición, traducido al español por el eminente erudito, el sacerdote mexicano Ángel María Garibay, quien transcribió en forma literal el manuscrito original, logrando un trabajo en castellano inteligible para todo lector.
El libro consta de trece capítulos, en latín y en español, con imágenes y descripción de las propiedades curativas de un gran número de hierbas que fueron utilizadas por aztecas y colonizadores, que inclusive se llevaron a España, ejemplares y descripción de plantas y flores, cuyas propiedades farmacológicas asombraron a los iberos.
Es imposible intentar describir en este espacio, todas las páginas del contenido de esta obra, solo haremos una reseña sintética, respetuosa, de Códice Martín de la Cruz- Juan Badiano, e ilustramos con tres imágenes que muestran varias plantas o hierbas con los colores naturales que tenían en aquella época.
La primera imagen que presentamos, marcada en la esquina superior a la derecha del lector con el número 7, corresponde a “Hierbas para curación de la cabeza, tiña, descalabros, fracturas, caída del pelo. Son tallos de xiuhehecapahtli, ixtacocoxochitl, teamoxtli y piedras preciosas, tetlahuitl, eztetl y temamatlatzin. Todo se muele junto, en agua fría, calma el calor de la cabeza y con agua caliente calma la frialdad. Se atarán tres veces al día en el cuello, con un nervio de la pata y cuello de águila, además comerá cebollas con miel, no se sentará al sol, no entrará a los baños ni trabajará”.
En esta forma se encuentran descritas las recetas que los titici, plural de tícitl (médico) del altiplano mexicano prescribían. En este artículo, mostramos varias imágenes cuyas originales se encuentra bajo meticuloso resguardo en el INAH, de la Ciudad de México, obsérvese la nitidez y viveza de los colores después de 400 años.
El Libellus de Martín de la Cruz y Juan Badiano es una joya colonial, con imágenes de belleza fresca como de ayer, el manuscrito es impecable, con letra de castellano antiguo clara, dibujada con cuidado y amor. “El Libellus no es solamente el primer libro mestindio de medicina americana sino también el que más se acerca a los conceptos operantes de la vieja medicina náhuatl”, (Gonzalo Aguirre Beltrán, Magia y medicina).
“Los conocimientos expresados en este herbario medicinal azteca son valiosos testimonios de la farmacología indígena en tiempo de la conquista de México, y lo coloca a la altura de los mejores herbarios europeos de la época” (Comentario final, en Versión española del “Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis”, Fondo de Cultura Económica e Instituto Mexicano del Seguro Social, México, 1964).
“La medicina prehispánica de México utilizó diversos órganos de animales, así como líquidos procedentes de sus cuerpos y de las concreciones del interior de algunas vísceras. Debieron ser con sentido mágico pues preferentemente usaban animales blancos como conejos, zorrillos, ocelotes, todos de color blanco, pues las hierbas con que los mezclaban ya eran reconocidas por su efectividad terapéutica por sí solas” (Rafael Marín del Campo, “La zoología del Códice”, Versión española del Libellus, Fondo de Cultura Económica-Instituto Mexicano del Seguro Social, 1991).
Hay mucho más que decir de esta hermosa joya de nuestra historia, será un placer sin par, volver a tocar el tema.
hsilva_mendoza@hotmail.com