Por Rafael Andrés Schleske Coutiño
A veces, la justicia no se encuentra en los libros. No está en los códigos ni en las sentencias. Está en la vida diaria, en las historias que no se escriben pero se sienten. En lo que una madre le responde a su hija cuando le pregunta por qué no tienen luz en casa, aunque siempre hacen fila para votar. En lo que calla un jornalero que trabaja de sol a sol sin que nadie le garantice un salario justo, pero al que le repiten que “todos somos iguales ante la ley”.
Eso es, justamente, de lo que hablamos cuando decimos justicia social: que no haya que nacer en el lugar correcto para vivir con dignidad. Que la igualdad no sea solo una palabra bonita en la Constitución, sino algo que se respira en las calles, en las aulas, en los hospitales, en los juzgados.
La justicia social no es caridad, ni limosna. Es reconocer que venimos de historias distintas, y que no basta con tratar a todos igual cuando no todos empiezan desde el mismo lugar. No se trata de regalar derechos, sino de garantizar que estén al alcance de todas y todos. Que nadie se quede sin justicia por falta de recursos, información o acceso.
En el terreno del Derecho Electoral, la justicia social se juega en los detalles: en si una comunidad indígena puede votar sin barreras lingüísticas y de manera universal; en si las personas con discapacidad pueden participar en una campaña; en si una mujer que se atreve a levantar la voz en política no es callada con violencia. Porque la democracia no se mide solo por cuántas urnas se colocan, sino por cuántas voces pueden expresarse sin barreras.
Lo justo no siempre está en el papel. A veces hay que buscarlo en el campo, en los barrios, en las plazas públicas. En las historias pequeñas que rara vez llegan a los tribunales, pero que marcan el verdadero rostro de nuestro país.
La justicia social no es un destino: es un camino que se construye todos los días. Y el Derecho, si quiere estar a la altura, debe dejar de hablar solo en voz alta, y empezar a escuchar en voz baja, poner atención a las personas adultas mayores y a los locatarios de mercados que son algunas de las personas que viven las desigualdades.
Nos seguimos leyendo.
X @RAFASCHLESKE