Por Pedro Chavarría
El estudio de la historia, como nos la enseñaron en la escuela desde primaria hasta bachillerato, nos hizo saber que existieron y persistían diversos grupos humanos localizados en territorios más o menos delimitados. Nos hicieron saber que esos grupos humanos compartían creencias, rituales y ciertas características físicas, donde la más destacada era el color de la piel, que luego se volvería infame, pues sería la base principal de la discriminación. El color de la piel revelaba de inmediato quién era quién, de dónde procedía y de inmediato se le atribuían ciertas características, la mayor parte de las veces sin fundamento, sobre todo cuando se pretendía denigrar al otro.
El color de la piel dio lugar a pensar en razas humanas, estableciendo así varios grupos humanos: blancos, negros y amarillos como los más destacados. Luego se agregarían los latinos, que al parecer resaltaron hasta cuando se volvieron visibles como inmigrantes. Con el tiempo se estableció científicamente que las razas humanas eran un mito y que no existía fundamento alguno para alegar pureza de raza. Todos humanos, todos copartícipes de genes similares, con algunas diferencias menores. Hasta con los simios, como chimpancés, compartimos una asombrosa cantidad de genes. A pesar de todo esto, la idea de raza sigue presente en el mundo actual y solo ha servido para dividir.
Un pensamiento muy primitivo, y con ello quiero decir muy antiguo, hace que el humano, y muchos animales también, defiendan un territorio y se pongan en alerta ante la llegada de otro individuo que no sea de su grupo familiar o tribal inmediato. Hoy hemos pasado de la extrañeza ante otras tribus para pensar en términos de países y regiones continentales. Se defiende un territorio porque en este fincamos y obtenemos recursos para la supervivencia.
En el fondo ahí está la razón de todos estos rechazos guiados por el color de la piel, rasgo por demás notorio y muy difícil de ocultar, a pesar de los esfuerzos de personajes como Michael Jackson.
Sobrevivir es un mandato fundamental para los seres vivos, salvo excepciones muy señaladas, como el sacrificio de padres por sus hijos. Sobrevivir implica conseguir recursos, en especial alimento-agua y refugio. De aquí deriva la necesidad de construir casas, edificios públicos, como templos y oficinas, por primitivas que pudieran ser; más adelante talleres y fábricas hasta llegar a los fabulosos complejos industriales de hoy en día. Para alimentarse es necesaria la explotación de la tierra, con todos los recursos naturales que pueda proveer, sobre todo en el ramo agrícola, que tanto depende del clima y tipo de suelo. Más adelante se explotarían minerales y luego combustibles fósiles.
Es lógico que se quiera defender primero el territorio en el que un grupo se ha asentado, y luego invadir otro, cercano o no, a fin de hacerse con sus recursos y así acrecentar las posibilidades de supervivencia y de bienestar. En la naturaleza salvaje, y nosotros compartimos muchos genes que nos hacen actuar de modo similar, vemos que unos se comen a otros y que los territorios pueden ser invadidos y alojar nuevos habitantes. Como animales que somos, racionales o no, compartimos la idea de supervivencia y reproducción. Ahí el mandato bíblico: “…que el hombre se enseñoreé del mundo”. El mundo, ahora entiéndase “territorio” es EL recurso fundamental. Se posee por derecho de antigüedad, por invasión, o por compra. Así ha sido y así es: vemos los casos de Alaska y la presión sobre Groenlandia.
En ocasiones las compras tienen alcances limitados, a veces muy amplios (Groenlandia, por ejemplo), a veces son por acuerdo y conveniencia mutua, a veces forzada, a veces simplemente arrebatadas, aunque con ello surjan graves conflictos humanos, como los cambios de nacionalidad, como en el caso de Europa, repartida entre los países ganadores y perdedores de las guerras mundiales, o bajo terribles costos de vidas humanas, como vemos actualmente en Gaza. En ocasiones ni siquiera se reconoce una nacionalidad, como sucede con el pueblo palestino. Sobrevivir a costa del otro. Imponer por la fuerza, muscular, numérica o tecnológica.
En la naturaleza no hay compra-venta, hay invasión, sometimiento y lucha constante, pero nosotros tenemos una alternativa a la competencia, que tan exitosamente ha funcionado, hasta que aparecieron seres con un cerebro superior, capaz de pensar de modo muy penetrante, capaz de indagar en todos los ámbitos y de entender de dónde venimos, aunque ciertamente no a dónde vamos. La capacidad de pensar, tener sentimientos, entre ellos compasión como el más destacado, nos llevó a la ética y moral, a regir nuestras acciones y crecimiento por algo más que la fuerza bruta, muscular o militar, y en su lugar, cooperación, basados en nuestra semejanza.
Los humanos somos semejantes, pero distintos. De acuerdo a las agrupaciones en que nos hemos desarrollado, desde clanes, tribus y ahora nacionalidades, dejando fuera el color de la piel, hemos desarrollado ciertas tendencias. Destacan las creencias religiosas, así como las principales actividades para la supervivencia, como agricultura, ganadería y desarrollo industrial. Junto con creencias y actividades de supervivencia surgen ciertos rasgos de carácter, más desarrollados en unos que en otros, pero potencialmente presentes en todos los humanos, sin importar colores ni geografía. Todos los seres humanos somos semejantes, aunque ya queda dicho que no iguales. Diferentes por influencias geográficas, económicas y culturales.
Estas diferencias culturales explican distintas estrategias de supervivencia, desde las orientadas a la explotación agrícola de la tierra hasta los desarrollos tecnológicos e industriales, pasando por una robusta ética laboral en algunos grupos. De la mano con las diferentes estrategias de supervivencia y organización política vienen estrategias educativas.
Cultivar la tierra con métodos tradicionales requiere poca educación y genera relativamente pocos dividendos. El desarrollo industrial y tecnológico requiere mayores niveles educativos y organizacionales, al tiempo que procura mejores servicios de salud y bienestar.
Dónde vives, con qué cuentas y cómo te organizas son tres preguntas clave para explicar tu desarrollo como persona y tu capacidad para insertarte en el mercado productivo- laboral y generar riqueza, que finalmente redunda en supervivencia. Y aquí llegamos al tema de la migración. Las personas migran en lugar de que unos pueblos invadan y dominen a otros, sin perjuicio de que esto siga sucediendo. Podemos pensar que la invasión y el dominio se han atomizado y suceden a ritmo más lento. La invasión, atomizada o arrasadora, obedece a buscar mejores estrategias de supervivencia. A la invasión atomizada y relativamente civilizada le llamamos migración.
El migrante, legal o no, se hace, en teoría, con los recursos del país que lo recibe. La aspiración es natural: mejores condiciones de vida, sobre todo si en el país de origen hay pobreza, corrupción y violencia. Toda migración es una invasión disimulada. Si el movimiento de personas es suficientemente masivo, logra impactar y modificar al país que lo recibe, lo cual va desdibujando las características distintivas del grupo original, tanto en creencias, costumbres, rasgos físicos y finalmente en los medios de producción de riqueza. Con el tiempo la migración impacta en todos los aspectos.
Ante la perspectiva de una invasión silenciosa y atomizada, los grupos que reciben han elaborado estrategias de defensa, a fin de proteger sus rasgos distintivos originales, entre los cuales destacan la organización social y política, el nivel y orientación educativa y los medios de producción de riqueza y bienestar. Para amortiguar el impacto de la migración se establecen visas y pasaportes, permisos para la estancia legal y para trabajar. Interesa incorporar verdaderamente a los recién llegados, a fin de que sean funcionales en los engranajes que mueven al país. O por el contrario: marginarlos y utilizarlos como mano de obra barata, con el riesgo de esclavitud, disimulada o franca.
Cada país tiene cierta capacidad en una u otra estrategia: asimilar-convertir o marginar-explotar. Ambas capacidades se pueden saturar y ello conlleva el rechazo a la migración y da lugar a una clasificación de los potenciales inmigrantes, según qué tanto esfuerzo requiera asimilarlos-convertirlos y qué tantos beneficios puedan aportar. Destaca entonces el nivel educativo y la calificación laboral. Estados Unidos de Norteamérica se formó básicamente con inmigrantes, ya que estos tempranamente arrasaron a los pobladores originarios. Todo tipo de inmigrante fue aceptado en una época en que el territorio estaba prácticamente vacío y la calificación requerida se circunscribía a unos brazos fuertes (“braceros”); hoy en día los estándares son mucho más altos.
Tras la Segunda Mundial el vecino país del norte aceptó e incluso atrajo científicos alemanes partícipes del régimen nazi, ya que ofrecían un valioso capital científico. Hoy en día los países desarrollados siguen requiriendo mano de obra no calificada, sobre todo para trabajo agrícola, aunque con la tecnificación, esta cuota tiende a disminuir, en tanto que personal altamente calificado sigue siendo aceptado y atraído. Aún la mano de obra barata, no calificada, sigue teniendo mejores ingresos y hasta nivel de vida que en sus países de origen.
Sin embargo, ningún país del mundo se puede permitir una política de puertas abiertas a todo inmigrante, so pena de entrar en crisis de productividad y de servicios, al tiempo que se estimula la explotación cuando la oferta de trabajo no calificado aumenta. A los mexicanos y latinos nos toca estar del lado débil, el que ofrece trabajo manual a cambio de salarios bajos, que resultan altos cuando se comparan con el país de origen, como lo demuestran las remesas. El asunto de la deportación de inmigrantes ilegales a corto o mediano plazo resultaría forzoso para cualquier país; lo criticable es que se tome como bandera política y se use para conseguir votos, aterrorizar a los migrantes y presionar a los países que los originan. Lo intolerable e separar familias, deportar a quienes bien o mal ya han hecho una vida en ese país y han contribuido con su esfuerzo y trabajo, así sea no calificado, pues levantar cosechas, mantener limpios los lugares públicos, atender jardines y construir edificios es a todas luces imprescindible y para ello no se requieren grados académicos, pero sí la capacidad de trabajo artesanal y entrega que los migrantes han mostrado.
No es la deportación en sí misma, sino el cómo. Los expulsores de migrantes tendrán que ver cómo sustituyen los puestos de trabajo que quedarán vacantes y cómo enfrentarán las demandas salariales derivadas de contratar personal residente y calificado o sobrecalificado para esos puestos, con todos los inconvenientes que esto acarrea. Nos ha tocado jugar en el equipo con amenaza de expulsión masiva. ¿Es viable? ¿Es evitable? ¿Se justifica el costo?