Por Pedro Chavarría
Leía recientemente un artículo científico de una prestigiosa revista internacional, referente a embriones humanos, donde plantean la necesidad de actualizar la definición de esta entidad viva. De entrada resulta impactante: cambiar la definición de embrión, y humano. Desde hace mucho estábamos de acuerdo en que un embrión humano es el resultante de la fusión de dos gametos: óvulo y espermatozoide. Y no había que aclarar más. Sin embargo, algunas circunstancias han cambiado e introducido aspectos muy novedosos.
La fusión de óvulo y espermatozoide se daba en la trompa uterina y ya en desarrollo el nuevo ser, se implantaba en el útero, donde habría de permanecer unos nueve meses, para luego nacer, fuera por parto vaginal, o por cesárea. Pero ya no. los bebés de probeta son una realidad, desde 1978, año en que nació Louise Brown, concebida mediante fecundación in vitro, así que podemos desplazar trompas uterinas y matriz, al menos por un tiempo, justo el del inicio. Así que un embrión humano se puede generar sin útero y hasta separado de una mujer –la madre-. Esta no es, obviamente la vía natural y sobre este aspecto me centraré en adelante.
Al presentar la realidad de que no resulta ya tan fácil distinguir a un embrión humano, pues han aparecido ya unos símiles muy cercanos: los blastoides, de los que más adelante me ocuparé. El caso es que ante esta situación surgen de inmediato las consideraciones éticas y morales. No tengo la respuesta a esos dilemas sobre qué es un ser humano y cómo se concibe, me limitaré a presentar una serie de hechos, que al aclarar varios puntos fundamentales, vuelven más complicado el problema. No será fácil llegar a una solución, como suele pasar en estos caso que involucran conceptos de muy profunda raíz.
Una primera reacción reclama airadamente que eso es jugar a ser Dios, tentación frecuentemente presente en la historia de la humanidad. No hablaremos de su justificación, pues es un problema realmente complicado, pero conviene aclarar varias ideas, lo que nos permitirá esclarecer el asunto y captar más de lleno la situación en que nos hallamos inmersos los seres humanos. Si antes ya nos parecía complicado el asunto, creo que lo será más después de disecar algunas ideas.
Cualquier posición de partida seguramente que puede ser polémica, pero dado nuestro contexto nacional y hasta intercontinental, podríamos partir de que hay un Ser Supremo al que llamamos Dios. Él es el “creador de todo lo visible e invisible”, según creemos. Aunque lo visible es un término muy relativo, pues antes de Galileo y Leeuwenhoek, por citar solo a dos gigantes, lo visible era bastante menos, y ahora con el James Webb Space Telescope y los microscopios electrónicos, lo visible ha aumentado significativamente. Las cosas allí estaban, pero no eran visibles para nosotros.
Ya con lo invisible las cosas se ponen más difíciles. El átomo, las partículas subatómicas, la materia y energía oscuras y el estado de consciencia, caen, al menos por ahora, y en un futuro previsible, en lo invisible. Pero en este reino también creo que debemos incluir a las Leyes de la Naturaleza, como la gravedad y conceptos como el espacio y el tiempo. Entre las leyes de la naturaleza, descritas y estudiadas por los físicos, debemos hacer espacio para otro conjunto, no siempre fácil de conceptualizar ni identificar: llamémosles Leyes Divinas. Vienen directamente de Dios y determinan no solo cómo funciona el Universo, sino nosotros mismos y nuestras sociedades. Según la religión que nos ocupe, puede haber algunas variantes y llega a ser muy difícil establecer límites o ponerse de acuerdo. Pero de un modo u otro reconocemos que hay designios divinos que nos encauzan.
Dentro de este último apartado quiero señalar dos aspectos fundamentales para esta exposición. Primero el origen de la vida, en especial de la humana, pues somos los humanos los que discurrimos sobre este asunto. En segundo lugar, la dignidad de la persona. Y habrá que agregar: persona humana, pues algunos animales, como los delfines y algunos otros (primates, elefantes) se consideran actualmente personas no humanas, dada su complejidad cerebral y vida interior. Centrémonos en la vida y persona humanas.
La vida de muchos seres es manipulada por nosotros con diferentes fines, sin atender a conceptos más profundos, pues no se los reconocemos a estas especies, por ello podemos crear razas apareando hijos con padres, por ejemplo, o manipulando embriones con fines de producción alimentaria, por ejemplo. Por eso los sacrificamos y comemos, pero nada de esto se aplica a la vida humana. Tenemos inclusive leyes y reglamentos para trabajar con embriones y para realizar experimentos con seres humanos. Aceptamos que el origen de la vida humana es sagrado y no nos permitimos manipularlo.
Tampoco permitimos, en teoría, que se falte a la dignidad de las personas, aunque ya sabemos que la delincuencia, la guerra, la explotación y la esclavitud existen y van contra la dignidad que debemos a nuestros semejantes. Por eso mismo causa tanto escozor que se manipule la reproducción y la paternidad, aunque los métodos de planificación familiar, la reproducción asistida y el aborto están vigentes en todo el mundo. En cuanto a la paternidad y la constitución de las familias, nos enfrentamos a nuevas modalidades: familias uniparentales, padres del mismo género, sean dos mujeres o dos hombres, e inclusive hijos con más de dos padres por su dotación genética. También quedan otras posibilidades más discutibles al momento actual.
Los bebés de probeta han sido aceptados, aunque las posibilidades de clonación y partenogénesis son muy discutibles, aun cuando técnicamente no están disponibles. Ahora contamos con otra opción, la que da lugar a esta presentación: emplear núcleos de células corporales no germinales (no óvulo, no espermatozoide) de múltiples tejidos posibles e inyectarlos a un óvulo. Ese núcleo no espermático-no ovular, haría las veces de espermatozoide y al fusionarse con el óvulo –fecundación modificada- daría lugar a un blastoide. De momento está prohibido “cultivarlos” más allá de unos días, pero se anticipa que podría lograrse llevarlos al menos hasta la siguiente etapa de desarrollo intrauterino: la fetal.
Estos fetos de origen no espermático podrían implantarse en úteros de hembras receptoras, aunque muy probablemente estos animalitos sean todos abortados. El caso es que vamos en la carrera por desarrollar blastoides más allá de la etapa embrionaria. No se piensa, aun, hacerlo en humanos, quizá en simios u otros animales de laboratorio. Pero, llegado el caso, podría hacerse con humanos. Y aquí saltan las naturales voces de protesta. Se aduce lo sagrado de la vida humana y la dignidad de la persona, se aduce que la tentación de jugar a ser Dios traería consecuencias negativas, cuando no funestas. Y aquí empiezo propiamente la discusión del tema, pues hasta aquí he sido expositivo.
De las leyes naturales y divinas surgen manifestaciones físicas, biológicas y hasta mentales-culturales. Buenas y malas. Entre las primeras tenemos nuestra posición en el escenario cósmico que permite agua líquida, reacciones químicas biológicas y otras. Entre las mentales-culturales, con algunas variantes, aceptamos lo fundamental de la vida humana, el respeto a la vida en general y al medio ambiente, así como el respeto-dignidad de las personas.. De ello se deriva que reconocemos que hay un Plan Superior que toca de manera central estos temas, por lo que debe ser respetado.
Un Plan que viene del Ser Supremo determina que pasen muchas de las cosas que pasan, porque así está estipulado, aunque es bien cierto que la intervención humana consigue ciertas modificaciones que devienen en desgracias, como aquellas de construir y habitar en terrenos inadecuados porque se inundan o se desgajan. Esto también podría pensarse de muchas enfermedades. Pero lo cierto es que el universo y planeta que habitamos presenta muchas inconveniencias para el desarrollo y mantenimiento de la vida humana, así como presenta otras condiciones muy favorables.
Hay mutaciones que condicionan enfermedades de todo tipo, hay agentes patógenos que nos invaden, enferman y matan, aunque en muchos casos nosotros mismos provocamos el desequilibrio. Más allá de apelar a la codicia y la corrupción como causa de nuestras desgracias, pensemos, por ejemplo en la peste propagada por las pulgas de las ratas hace siglos. A donde quiero llegar es a que este mundo no es un paraíso para la vida humana. Es cierto que la evolución, parte del plan maestro de Dios, como lo aceptó Juan Pablo II, nos ha traído hasta aquí, gracias a lo cual somos lo que somos, pero también es cierto que la evolución y la naturaleza ponen en juego cambios deletéreos. Las mutaciones permiten la evolución y transformación de las especies, pero la inmensa mayoría son perjudiciales.
El Plan Maestro de Dios es así: proporciona ventajas y desventajas para toda la vida, incluida la humana, proporciona sustento y exterminio (¿recuerdan la extinción de los dinosaurios?). Produce alegría y sufrimiento, mucho sufrimiento. ¿Qué podemos decirles a los niños sufrientes y muertos por tumores malignos? ¿Qué podemos decirles a las víctimas de terremotos e inundaciones? No creo que pueda decir que la naturaleza, o Dios, se equivocan, pero indudablemente hay desgracias que nos parecen inevitables, para no hablar de quien termina padeciendo cáncer pulmonar o un infarto después de décadas de tabaquismo intenso, a sabiendas de los riesgos.
Tenemos que pagar un precio por vivir. Es parte de las reglas divinas, como lo certifica la evolución. Pero también es cierto que hemos recibido una capacidad preciosa: la inteligencia y con ella podemos hacer frente a las adversidades. Estas y la inteligencia nos vienen de donde mismo. No estamos totalmente a merced del medio y del destino, es decir, las reglas divinas no caen inevitablemente sobre nosotros. Se nos han dado dones y talentos. Si los enterramos, sufriremos las consecuencias. La sentencia bíblica dice “que el hombre se enseñoreé del mundo”, de donde resulta que hemos de usar nuestras capacidades físicas e intelectuales para sobrevivir, que es una de las reglas universales básicas: “todos los seres vivos se mantendrán vivos tanto como puedan”. Para lograr la supervivencia debemos erigirnos frente al mundo y resistir, y aún más: propiciar lo que nos conviene, que hasta las hormigas y los castores lo hacen.
Ahí están las reglas naturales y divinas, si se quiere. Aquí estamos nosotros para desafiarlas, como hemos hecho con la gravedad y por eso volamos, aunque no tenemos alas. Poco a poco hemos venido enfrentando cada vez más esas reglas y leyes universales, físicas y biológicas, por eso hemos llegado a la Luna y ya planeamos colonizar Marte. Por eso manipulamos la vida e inventamos la agricultura, el pastoreo y la ganadería, así como la ingeniería y la arquitectura. Las leyes básicas, naturales, y divinas si se quiere, son los fundamentos, no los límites. Claro que a todo gran poder le corresponde una gran responsabilidad. Modificamos la tierra y la vida silvestre, si no, estaríamos cubiertos por selvas y nuestra alimentación sería muy limitada, y por lo tanto nuestro crecimiento poblacional. Acudamos a la historia y sopesemos al Imperio Romano sin agricultura. Agricultura vs Jardín del Edén.
Pero todavía nos queda otro rubro básico: el asunto de la salud. La enfermedad es la norma. La interacción con el medio es desgastante, peligrosa y exterminadora si no ponemos en juego nuestras mejores capacidades. Las leyes naturales dictan en favor del más adaptado como triunfador de la supervivencia, y nosotros somos de los menos adaptados: no pelo grueso, no garras, no velocidad importante (compárese contra la velocidad de ataque de una serpiente). Atenidos a nuestras capacidades físicas, ya habríamos desaparecido, pero aquí estamos. Hemos luchado contra la enfermedad, desde el primer curandero y médico brujo, hasta nuestros días, en que podemos nacer con dos riñones y vivir con tres, con implantes metálicos y electrónicos.
Con la medicina hemos luchado contra las leyes naturales y divinas. Desde ungüentos hasta trasplantes de corazón.¿ Es esto una forma de insurrección? ¿Faltamos a las leyes divinas? ¿O usamos nuestras dotes, también de origen divino, para sobrevivir? Hemos pasado de curar enfermedades a prevenirlas, a prolongar la vida y postergar la muerte –leyes divinas-. Ahora que empezamos a prevenir enfermedades ¿debemos retroceder ante el temor de transgredir decisiones divinas? No tengo una respuesta, ignoro si la hay. Pero si debo modificar el centro mismo de la vida, sus genes ¿debo retroceder? Ya se habla de ingeniería genética, de edición e inserción de genes. Cierto que ha habido tropiezos. También los hubo con la talidomida: se pretendía resolver las náuseas de las embarazadas y se ocasionaron malformaciones terribles: niños sin brazos. En alguna época se aplicaban radiaciones en el cuello, hasta que se descubrió el desarrollo de cáncer en la glándula tiroides.
Cierto que nos equivocamos, pero los ensayos de la naturaleza no siempre terminan bien para nosotros. Ya decíamos que a gran poder, gran responsabilidad. La disyuntiva es: actuar con el máximo cuidado posible al encontrarnos con las raíces de la vida y del mismo ser humano, o retirar las manos y tratar de paliar en vez de prevenir. La labor es en extremo delicada y las consecuencias tan terribles como los niños sin brazos, o los cánceres de tiroides, sin hablar de las consecuencias negativas que con el tiempo descubriremos asociadas con tratamientos que hoy prescribimos, como ha pasado hace algunos años con un tratamiento para el asma, que resultó asociado con riesgo de suicidio. Todo actuar médico lleva implícito un riesgo de causar daño (iatrogenia).
Sabemos bien que no basta con curar, o tratar de curar, sino que interesa más prevenir. ¿Qué haremos ante enfermedades que resultan de alteraciones en los genes? Hoy ya se habla de ingeniería genética, de edición y de inserción de genes. Ya recibimos vacunas desarrolladas con ácidos nucleicos. ¿Dónde detenernos? Ya la medina rebasa las fronteras de la farmacología y cirugía tradicionales. La investigación con blastoides podría abrir puertas que ni siquiera sabíamos que estaban ahí y que ignoramos a dónde nos llevarán. Ciertamente estamos ante lo desconocido y enfrentamos graves riesgos. Algo peor se ha dicho acerca de los gigantes aceleradores de partículas, que podrían dar lugar a un agujero negro que engullera todo el planeta y mucho más. Hasta hoy no ha pasado.
Hay otra consecuencia atemorizante. ¿Qué pasaría si un blastoide logramos implantarlo en un útero y llevarlo hasta el nacimiento? ¿Será un ser humano? No viene de un espermatozoide y un óvulo, sino, digamos de una célula de la piel de una persona y un óvulo, que podría ser de la misma mujer. ¿Podremos verlo a los ojos y decirle que no es como los demás seres humanos, que la misma mujer es su madre y su padre a la vez? ¿Qué tipo de vida, enfermedades y sufrimientos le esperan? Pero pensemos en Louise Brown. Hemos podido decirle que el óvulo y el espermatozoide que le dieron origen no se encontraron en la trompa de Falopo de su madre, sino en una caja de vidrio, en un laboratorio, y que llegó a su madre cuando ya iba en desarrollo. Ella es distinta a nosotros y ya ha llegado a etapa adulta. (http://www.scielo.org.mx)
Ciertamente no es una cuestión menor ser el primero de una estirpe, sea porque fuera concebida en una probeta, o porque sus genes vengan de un óvulo y de una célula no espermática manipulada para comportarse como si fuera germinal. ¿Y si en adelante tuviéramos dos poblaciones “humanas”, unas de óvulo-espermatozoide y otra de célula no germinal (no óvulo-no espermatozoide)? ¿Se notarían las diferencias? ¿Habría diferencias significativas? Ya alguna vez hubieron arias poblaciones cuasi humanas: Neandertales, Cromagnones, Denisovanos, Floresiensis y no recuerdo si otros más. De todos solo quedamos nosotros. ¿Y si en adelante provocamos una nueva rama? ¿Y si estos están mejor adaptados, tienen menos enfermedades y ventajas respecto a nosotros?
Es cierto que no hay necesidad de hacer estos experimentos, habida cuenta de los riesgos, para ellos y nosotros. ¿Pero si esto sucede como consecuencia no buscada, derivada e nuestros intentos de prevención o curación de enfermedades? Muy cerca queda el caso de modificaciones genéticas de diseño en humanos. Algunas podrían no tener sentido ni ventajas reales, como modificar el color del pelo, o de los ojos. Pero qué podemos decir de una mayor capacidad intelectual. Realmente es una caja de Pandora y se entiende la reticencia a abrirla. Por el solo interés de investigar, no se justifica. Por el deseo de curar y prevenir, la posibilidad está abierta y no será fácil resolverla.