Escribir es una actividad peculiar sobre la que se ha dicho mucho. Trataré de no repetir lo que otros han dicho ya muy bien. Cuando tenía unos diez años de edad, hace ya más de medio siglo, cursaba yo el cuarto año de primaria y por esa época se acostumbraba encargar como tarea lo que llamaban una “composición”. Ignoro cuánto tiempo se mantuvo esa práctica, ni si actualmente se hace.
Una composición era un trabajo de redacción sobre algún tema particular que se hubiera visto antes en clase. Escribiría uno lo de una página o dos del cuaderno, ya no recuerdo, pero algo inesperado me sucedió mientras escribía sobre las ranas, o las plantas, o los edificios, o algo así. Repentinamente aparecieron ante mí dos palabras mágicas que ignoro cómo llegaron hasta el renglón. Me refiero a “las cuales”. Allí estaban frente a mí y me declaro incapaz de explicar cómo surgieron. Quizá una mano guía me hizo escribirlas. El caso es que me atraparon y me hicieron pensar en dónde y cómo usarlas. En adelante puse atención para incorporarlas en mis trabajos.
Muy probablemente las aplicaba mal, pero ya las tenía en mente y me empeñaba en usarlas. No recuerdo que las hubiéramos visto en clase, ni que nos hubieran explicado qué significaban, ni cómo se debían usar. Esa fueron quizá las primeras palabras que aparecieron en la bolsa negra. Con el tiempo esta se mantendría en un sitio discreto en el que no llamaba mucho mi atención. Me di cuenta de su presencia décadas después de estarla usando cotidianamente. Es una bolsa misteriosa. En ella van cayendo insensiblemente palabras e ideas, donde permanecen no sé cuánto tiempo, quizá por siempre; no tengo modo de saberlo.
Cuando me siento a escribir textos que no están relacionados con mi trabajo profesional van saliendo ideas relacionadas con el tema que he seleccionado y se van acomodando unas tras otras para dar forma a lo que quiero expresar. Es entonces cuando la bolsa negra funciona en sentido inverso. Antes cayeron en ella diferentes datos y allí quedaron. Ahora la bolsa me regresa parte de su contenido y con ello voy escribiendo el tema que me he propuesto. Y aquí es donde sucede lo misterioso.
Como es una bolsa negra no puedo ver su contenido. Sé que algo hay ahí dentro y que puedo meter la mano y sacar cosas que puedo poner en mis escritos. Realmente es un enigma cómo es que acierto a sacar la pieza exacta del rompecabezas que necesito para completar el cuadro general, ese que viene en la caja de los rompecabezas y que nos deslumbra, al tiempo que nos guía para ir completando la tarea. Cuando en el armado de rompecabezas hacemos esto es muy probable que la pieza que sacamos de entre el montón que faltan por acomodar sea incorrecta. Sacamos otra, comparamos y decidimos si encaja o no.
En mi caso, milagrosamente obtengo casi siempre la pieza correcta. Mi mano se estaría moviendo al azar, ya que soy incapaz de ver el contenido de la bolsa. En este punto me doy cuenta que en realidad mi mano entra guiada o dirigida de manera que no alcanzo a comprender, pero obviamente esta fuerza que me dirige sí sabe lo que hay dentro y por eso se equivoca muy pocas veces. Es cierto que en ocasiones se adelanta un poco y me pone al alcance ideas que necesitarían algún antecedente, lo que me lleva a regresar un poco, poner lo que hace falta y continuar.
A veces me doy cuenta que en realidad no es una mano la que entra y sale de la bolsa con una presa que se acomoda suavemente en los renglones, sino una voz interior que va sacando las piezas y me dicta lo que he de escribir. Me dicta rápido y tengo que concentrarme para no quedar rezagado, lo que, naturalmente, me causa temor, pues estaría perdiendo ideas y hasta el hilo del discurso. De modo que debo estar atento y ágil. La voz me apremia e incluso el sueño o las distracciones desaparecen.
Con frecuencia lo que escribo va saliendo solo, poco a poco y no siempre tengo claro qué sigue, ni me atengo estrictamente al guion que pudiera haber preparado antes de empezar. Con cierta frecuencia la idea va cambiando un poco, a veces más que eso, pero finalmente resulta algo que me deja satisfecho. Al menos medianamente. Mi dictador me va advirtiendo sobre la marcha: “¡cuidado!: si ya pusimos eso, ahora hay que acotar!” A veces trato de tomar la delantera y lo consigo, pero las advertencias no cesan y me orientan para redondear las ideas.
Hasta aquí todo esto puede parecer un poco extraño, y quizá para algún lector pueda inclusive indicar cierto trastorno, pero hasta ahora me ha funcionado. Y no he hablado de otra parte más extraña aún. Lo que sale de la bolsa negra solo lo identifico a medida que va saliendo, como un pez que va emergiendo prendido al anzuelo: no vemos la cola hasta que sale del todo. Así que soy una especie de pescador que saca animales diversos que con frecuencia me asombran. No porque los crea maravillosos, sino por impredecibles. Por ejemplo, esto de los peces no lo tenía pensado para esta ocasión.
La parte más extraña es que del agua –o bolsa-, solo podría salir lo que yo mismo he metido allí de algún modo y en algún momento, sin embargo, y esto es fascinante: los peces que van saliendo son extraños de varias maneras. A veces me resulta imposible saber de dónde salió semejante idea; no recuerdo haberla leído o escuchado antes, por lo que me declaro ajeno a ella. Podría ser que la haya leído antes, la guardé y la olvidé, de ahí mi sorpresa. Esto me lleva al asunto de los olvidos. Con frecuencia me parece que he olvidado mucho de lo que he leído, que solo recuerdo algunas partes, pero al encontrar estos peces cuya autoría no reconozco, me parece que en algún momento los sembré sin estar consciente de ello.
Van cayendo en la bolsa no sé qué tantas cosas. Allí permanecen por un tiempo incierto, olvidados, o asimilados a lo que creo que no he captado, pero repentinamente aparecen enganchados al anzuelo y caen en mi cesta; se acomodan armoniosamente con los demás y se integran en un panorama que me resulta al menos aceptable. No sé de antemano cuáles serán los peces que lleve para la comida, pero aquí están. Antes de sentarme a escribir, nada de esto estaba planeado.
Así, me sorprenden las palabras e ideas que se van acomodando renglón tras renglón. Pero no solo eso, sino que en ocasiones sí los recuerdo cuando fueron capturadas e introducidas a la bolsa negra, pero ahora que salen los encuentro cambiados: se han metamorfoseado y ya no son lo que yo creía que eran; les han aparecido aletas o colores nuevos que yo no reconozco haber puesto. Me gustan más tras el cambio, pero no me adjudico el mérito de la … iba a decir transformación, pero ahora esa palabra suscita otras ideas que no comparto. La bolsa algo les hace a las palabras e ideas que caen en su interior: las transforma.
En otras ocasiones las palabras e ideas aparecen fusionadas con otras, de donde resultan peces con piernas y otras características nuevas. Esto, lejos de deformarlas, las transforma y dan lugar a nuevas ideas, de modo que se constituyen en una especie de puente que une nuevas visiones y por lo mismo abre nuevos panoramas. Ideas que parecían inconexas resultan relacionadas. A veces se acompañan con otras, como viajantes. En otras ocasiones adoptan una relación de causa-efecto y me descubren explicaciones que no había leído, ni captado. Resultan un descubrimiento sobre la marcha, justamente producto del ejercicio de escribir.
Es evidente que escribir proviene de pensar y este ejercicio nos permite arrojar nuevas luces sobre áreas que no habíamos escudriñado suficientemente. Pensar escribiendo es un buen ejercicio; en él echamos mano de recursos que hemos ignorado o abandonado, o hasta menospreciado. A veces son temas que no queremos abordar por diferentes razones y al escribir sobre temas un tanto, o muy diferentes, se cuelan y se hacen notar a fuerza, de modo que no hay más remedio que ponerles atención, trabajarlas y relacionarlas con otras que no se nos habían ocurrido.
Todavía queda otra posibilidad: que ideas que antes formaban una unidad, aparezcan ahora de manera fragmentaria, o aisladas de aquellas que durante mucho tiempo las acompañaron. Al quedar libres tenemos la posibilidad de relacionarlas de nuevas maneras, con lo que lograremos nuevas ideas, explicaciones y concatenaciones. Las ideas y palabras aisladas, nada son. Los conceptos florecen en cadenas y siempre podremos reciclar los eslabones y encontrar nuevos modelos de pensamiento.
Entre más pensemos y pongamos por escrito, más paisajes nuevos surgirán ante nosotros y eso nos transformará. Fragmentar ideas no es una falla, sino la oportunidad de lograr nuevas hilaciones, y por lo tanto, nuevos descubrimientos personales, que son una forma de avanzar autónomamente. Con lo que hemos leído, incluso con lo que no recordamos conscientemente, podemos avanzar generando nuevas conexiones, verdaderos hallazgos personales muy valiosos, en tanto no nos separemos del todo de la guía de quienes ya han escrito acerca del tema, para evitar extravíos.
Quiero terminar con una idea importante. Al escribir tenemos que poner en orden nuestras ideas, para evitar reiteraciones, contradicciones y desvíos, cuando no desvaríos. Esta actividad ordenadora es muy valiosa. En primer lugar nos disciplina, de modo que temas e ideas que no habíamos querido tocar por desidia, temor o prejuicios, resultan abordadas y ellos nos esclarece el panorama. Pero no solo eso. Al poner en orden las ideas para escribir, descubro que sé cosas que no creía saber. En el fondo de la bolsa negra, o del lago donde pescamos, yacen tesoros que nos pertenecen, pero que hemos mantenido sin usar, a veces por mantenerlos separados, a veces por encadenarlos tercamente en laxos que los aprisionan en lugar de darles la oportunidad de iniciar nuevas rutas. Escribir es un gran ejercicio que nos obliga a pensar mejor y rebuscar en el fondo de la bolsa negra que seguramente todos tenemos, seamos o no conscientes de ello.