Los seres humanos, igual que todos los seres vivos conocidos, somos máquinas. A primera vista parece una afirmación temeraria y desproporcionada, pues ya que incluye a los seres humanos y parece pasar por alto la dimensión mental y espiritual, lo cual luce como un atentado a la dignidad humana, sin embargo espero tener la oportunidad de demostrar a lo largo de este escrito, que no es así.

Las dimensiones mental y espiritual,  que tan caras nos son, requieren un sustrato, justamente corporal. Sin cuerpo no hay mente ni espíritu, que nosotros sepamos de cierto hasta este momento. Mucho se ha hablado de la inmortalidad del alma, de su independencia del lastre que representa el cuerpo, pero hasta el momento esto es una pretensión, por elevada que sea. Tanto se puede afirmar como negar la existencia de un alma independiente del cuerpo, capaz de gozar de vida eterna en un plano supra-material, pro la verdad es que no tenemos evidencias. Esto no permite afirmar que el alma no existe, cosa que no pretendemos.

Aunque el tema del alma es muy antiguo, poco menos que la humanidad misma, ha pasado por muchas revisiones y posturas, hasta llegar a una que podría parecer sorprendente y que le debemos a un personaje emanado de las filas de la ciencia, contrario a lo que podría pensarse, pues sería más propio de filósofos que de biólogos, pero como podremos ver, la realidad es otra. La biología ha llegado a los terrenos del alma, de la mano de la metodología científica.

Ha habido pocas verdaderas revoluciones científicas en la historia de la humanidad. A partir del libro “Estructura de las revoluciones científicas” de Thomas Kuhn, nos queda claro  explica cómo los científicos pasan la mayor parte de sus vidas trabajando dentro de un paradigma, más que rompiendo los existentes y proponiendo uno nuevo, revolucionario. La física ha tenido algunos períodos muy importantes de revolución científica y nos han abierto una visión radicalmente diferente. En biología también ha habido revoluciones muy importantes, en especial la de Charles Darwin, sin embargo, la más reciente es de algún modo la que ha permitido que esta ciencia aspire a estudiar el alma.

Filosofía y religiones habían dominado por siglos el tema del alma, hasta que uno de los más ilustres científicos se planteó el tema de “La búsqueda científica del alma”. (“The astonishing hypothesis” título original en inglés) Ya es muy conocida la idea de que en biología se habla de la era anterior a Watson y Crick, y la  que surge a partir del conocimiento de la estructura de la molécula de ADN, realizada por James Watson, Francis Crick, Maurice Wilkins y Rosalind Franklin, cuyos trabajos permitieron establecer firmemente la biología molecular y llevarla al lugar preponderante que tiene hoy día.

Después del notabilísimo éxito  (Premio Nobel de medicina en 1962) descifrar  “el secreto de la vida” inscrito en esta molécula, Francis Crick decidió cambiar su tema de investigación al área de redes neuronales y en 1994 publica el libro que propone la asombrosa hipótesis. Crick cree que el alma es susceptible de estudiarse científicamente y dejar de considerarla como algo etéreo. Equipara el alma con el estado de conciencia y plantea que, como todo problema científico, hay que abordarlo del modo más sencillo posible y a partir de ahí ir avanzando gradualmente. Lo más sencillo, dice el autor, es la visión. ¿Cómo se generan las imágenes visuales?

Este abordaje podría ser cuestionable, pues indudablemente hay un salto difícil de dimensionar entre alma y estado de conciencia, sin embargo, ya es un gran avance tener un problema concreto que estudiar con la metodología científica tal como la concebimos en el momento actual. Crick murió sin ver resultados sólidos de su propuesta, sin embargo, lo importante es más el puente entre algo inmaterial –el alma- y algo con sustento biológico –el estado de conciencia-.De otro modo, el alma seguiría estando fuera de alcance para la ciencia.

El caso es que de este modo podemos ver cómo el alma, si no pertenece directamente al cuerpo, sí está profundamente ligada con él, aunque dejemos de lado la cuestión de si puede independizarse y asumir vida propia. Algo parecido sucede con la mente, que también es un terreno resbaladizo. Ambas entidades estarían ligadas al cerebro, y este es, claramente, una estructura biológica, si bien la más avanzada conocida, para el caso del ser humano. Veremos cómo todas las estructuras biológicas conocidas, desde las bacterias hasta el hombre, comparten los mismos fundamentos.

A nivel universal encontramos tres tipos de máquinas. Han venido apareciendo a lo largo de la historia universal. Una primera generación corresponde a las estrellas, máquinas inmensas que a partir de hidrógeno han formado muchos de los elementos de la Tabla Periódica. No todos, pues ya contamos con una buena cantidad generada por nosotros mediante procesos químico-industriales. Los elementos más pesados se generaron en las explosiones de las supernovas. Independientemente de que haya otras fábricas de un orden similar a las estrellas, estas son las representantes del primer tipo de máquinas.

El segundo tipo corresponde precisamente a los organismos vivos. Tienen una estructura y funciones específicas. Hacen acopio de energía desde el medio ambiente y luego la aplican para mantener su estructura y función, así como para reproducirse. Están hechas de materiales orgánicos, unidos con  enlaces covalentes, delimitados por espacios membranáceos y subdivididos en compartimientos también membranáceos. Tienden a integrarse en organismos complejos multicelulares con división y especialización de funciones.

El tercer tipo de máquina corresponde a las que nosotros hemos diseñado, desde un arco hasta una computadora, o una nave espacial. Tienen una estructura y realizan funciones específicas. Requieren una fuente de energía que obtienen del medio o de un dispositivo integrado en ellas. Hasta ahora no hemos sido muy exitosos en integrarles capacidad reproductiva. Están hechas habitualmente de materiales inorgánicos –metales, con enlaces iónicos- y plásticos o sus derivados, donde se integran enlaces covalentes también. Están delimitadas por una capa externa, habitualmente laminar que funciona a manera de membrana y también subdividen espacios especializados mediante láminas o su equivalente.

Todavía podría haber un tipo adicional de máquinas que difieren en algunos aspectos y que corresponden a las máquinas virtuales, donde los materiales constitutivos propiamente dichos no existen, son solo líneas en un gráfico computacional, y algunas de ellas ni eso necesitan. Pero igual tienen delimitaciones espaciales y funcionales, de modo que ejecutan toda clase de funciones, muchas de ellas, si no todas,  simuladas. Requieren energía proporcionada por el sistema de alimentación de la computadora que las alberga.

Las máquinas de primera generación son muy simples, si bien colosales. Las máquinas vivientes son mucho más complicadas, tanto que integran sistemas d autocontrol no programado, de modo que son capaces de aprender y resolver problemas nuevos y cambiantes, lo que les brinda gran posibilidad de éxito. Las máquinas de tercera generación son cada vez más complejas, han adquirido la capacidad de aprender, de modo que no dependen ya del todo de la programación instalada por sus creadores y constructores. Vienen en muchas variedades distintas y muestran cada vez más inteligencia -artificial- y son capaces de tomar decisiones, si bien dependen en su base de los programadores humanos.

Como vemos, hay muchas similitudes entre las células y organismos multicelulares y lo que tradicionalmente hemos llamado máquinas, como las locomotoras y barredoras autónomas. Las máquinas biológicas más avanzadas han desarrollado no solo inteligencia, sino consciencia del mundo y de sí mismas. En este apartado los humanos aún tenemos ventaja sobre las máquinas que hemos diseñado. Todavía creemos que somos capaces de crear, tanto artilugios tecnológicos como obras de arte, sin embargo las máquinas de nuestra creación avanzan muy rápido y ya empiezan a crear obras de arte.

Las máquinas e tercera generación cada vez son capaces de tomar decisiones de manera autónoma, lo que ha dado lugar a serias preocupaciones éticas, como en el caso de armas inteligentes, como drones que pueden decidir cuándo disparar sin tener que preguntar o pedir autorización. Mientras las máquinas sigan siendo autómatas que pintan o arman coches, o toman muestras de suelos de otros planetas, no tendremos problemas, pero queremos descargar en ellas la toma de decisiones, pues así incrementamos la velocidad y aumentamos la tasa de éxitos., como en el caso de los vehículos autónomos, que tienen menos accidentes que los controlados por humanos.

Se aproximan dos eventos muy importantes. El primero corresponde a lo que llamaríamos ética robótica, que fue anticipada por Isaac Asimov con sus tres leyes de la robótica. De alguna manera nosotros traemos incorporada la ética (¿programada?) y ahora buscamos integrarla en nuestras máquinas. El segundo evento se ha denominado “la singularidad”: cuando las máquinas sean más inteligentes que nosotros. Por ahora son mucho más rápidas, pero dependen de artilugios computacionales, y por el momento al menos, creemos que la mente humana es no computacional, pero no sabemos si llegue el momento que nuestras máquinas sean tan inteligentes y autónomas que decidan que no nos necesitan y nos eliminen.

Máquinas –biológicas- que hemos creado máquinas, por ahora no biológicas, pero quizá si ultra-biológicas o neo-biológicas que superen nuestra naturaleza y terminen desplazándonos a través de un mecanismo evolutivo similar al darwiniano.

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