En 1948, Victoria la  abuela materna vivía en Xalapa, en la Sexta de Juárez, callecita con suelo de tierra y hoyos de todos calibres, siempre surcada por riachuelos de agua de chipi chipi que el cielo gris del largo invierno xalapeño regalaba sin cesar. Los niños disfrutaban zapatear en el  barro resultante, aunque al rato debieran lavar con atingencia los zapatos. La abuela Vito, como todos le decían, contaba a sus nietos fragmentos de su vida en el Puerto de Veracruz, cuando siendo muy joven se casó con quien sería padre de sus cinco hijos.

El  abuelo trabajaba en la construcción del muelle del malecón del puerto, fue buzo dedicado a la herrería subacuática. Contaba Vito cómo se casó con don Luis, así lo recordaba, sin haberlo conocido él la pidió a los padres y sin dudarlo se la entregaron en matrimonio, pues “era un hombre sin vicios y con buen trabajo”. Por las tardes relataba con voz suave, cómo era el puerto en aquella época, costumbres, moda en el vestir, personajes que conoció o supo habían vivido en la calle donde estuvo su casa y después fueron famosos.

La abuela vivió en la calle Rayón, barrio de La Huaca. Platicaba que a sus veinte años, conoció “de vista” a María Antonia Peregrino “Toña la negra” y  a su hermano  Manuel “El negro peregrino”, virtuoso del “tresillo”, hablaba de Lito Alfonso que tenía una carnicería, jarocho moreno, barrigón, bueno “pa´l albur” y para conquistar a las empleadas domésticas, precursor, de leyenda, de las comparsas de carnaval.

La abuela recordaba aquellas lejanas noches cuando se sentaba en mecedoras tlacotalpeñas a respirar la tibia brisa de la noche mientras sus hijos, entre ellos los padres de sus oidores, retozaban en la calle en “una parvada de chamacos de barrio”, como ella los llamaba. Sus relatos congregaban a su alrededor a nietos e invitados.  Nadie  recuerda alguna plática de violencia, era otra dimensión del tiempo.

Años después, 1952, en la vieja  casa de Belisario Domínguez el otro abuelo, el materno, cuando visitaba Xalapa, platicaba sus aventuras de juventud al mismo grupo de espectadores, ahora adolescentes y con otros invitados, quienes sentados en sillones, de aquellos fabricados por “los inditos”, en  el corredor de aquella casa de tejados muy altos, por donde se desprendían  gruesas gotas de agua,  cuando llovía fuerte.

El abuelo Chucho, era chihuahuense. Durante la revolución llegó a Tierra Blanca siendo muy pequeño, ahí vivió durante la revolución y por 1920 contrajo nupcias con la  abuela materna. Platicaba emocionado las correrías vividas en aquella época convulsa por el movimiento de 1910, cuando era un jovencito de once años.

Después del fragor revolucionario siempre vivió en la misma ciudad sureña y calurosa.  Cuando venía a Xalapa a visitar a su hija y cuatro nietos,  platicaba sus correrías de juventud, manteniendo embobados al grupo de chamacos del barrio invitados a oír “los cuentos del abuelo”. Los chiquillos inmóviles permanecían escuchándolo por la tarde comiendo cacahuates tostados,  obsequiados por el bondadoso viejo.

Los nietos y amigos paseaban por la ciudad al abuelo, que ya lo era de todos. Los niños de entonces, abuelos hoy, recuerdan las tardes cuando sentados siempre en la misma banca del parque Juárez, ahora hay dos bancas pero el sitio es el mismo, ahí escuchaban los cuentos inventados del viejo inolvidable, el parque los envolvía con silencio acariciante y tenue niebla de la tarde, aderezado por cantos de grillos y  cigarras.

Por ahí de las siete de la noche, el abuelo invitaba a los cuatro nietos reales y otros tres o cuatro agregados, al café “El estadio”, que todos conocían como “el café de chinos” que se ubicaba frente al parque, en la esquina donde inicia la avenida Revolución, el abuelo tomaba un café, los chamacos choco milk, pagaban “en coperacha” los que traían y los que no, también estaban invitados.

Después abuelo y su pandilla bajaban la solitaria calle se Barragán y aún se quedaban buen rato bajo luz amarillenta del foco colgante del poste de la esquina, casi oculto por  miles de moscos volando a su alrededor y la niebla que envolvía la tarde xalapeña desde antes de obscurecer. Se contaban nuevas venturas, también del abuelo o algunos de sus ya “ocho nietos”, inventadas pero muy divertidas.

Los chicos eran amigos gracias al trato cotidiano, no se aislaban dentro de su casa por otro motivo que no fuera el reto de hacer la tarea. El tiempo libre era disfrutado en pasear, corretear, trepar postes, jugar rayuela, a los “racos” con trompos o “despelucar” a Tino el gelatinero con “los bolados”. Aventuras en que el abuelo Chucho era divertido espectador y patrocinador financiero de los “bolados”

Todo era tan sencillo como adorable, así lo sentimos ahora. No se recuerda haber conocidos noticias como las actuales, tenebrosas, deprimentes y destructoras de la esperanza de un mejor futuro, para  nuestro lastimado México.

Hoy los cuentos de los abuelos no se escuchan, los chamacos prefieren los de la tele, no hay paseos nocturnos porque da terror salir a la calle, los barrios no existen, solo calles y avenidas en las que abruma el murmullo de muchedumbre, ruido de vehículos, de antros  y gente ignorante de quien es su vecino de junto.

La calidad y sensibilidad humana que nos hace seres valiosos lo mamamos desde la cuna, es en el hogar donde se inicia el proceso de  calidad del ser humano. Para eso es necesario consolidar hogares integrados, con padre y madre que fomenten la unión, el  respeto por sí y por los demás, honestidad y acostumbrar a nuestros hijos a decir la verdad, ambicionar lo perfectible, a mirar más allá de lo considerado simplemente posible, pensar en grande y perseguir con talento su superación continua.

Sería maravilloso rescatar las tertulias familiares vespertinas, los cuentos del abuelo, ahora que nosotros ya  lo somos, y hacer a un lado por unas horas al separatista celular, al absorbente internet,  abocarse a la familia y  cultivar los valores éticos del comportamiento humano, ello será un factor de cambio hacia una sociedad otra vez respetable y sana.  Esto no es un sueño, es una realidad alcanzable.

hsilva_mendoza@hotmail.com

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