La ciencia y el conocimiento que produce han adquirido un halo de poder impresionante, que con mucha frecuencia se ha malinterpretado y empleado para apoyar causas y posturas de muy diversa índole, a las que se quiere revestir de un manto de inatacabilidad, sin embargo, la realidad es diferente, de modo que conviene delimitar los alcances y limitaciones de la ciencia. Es común escuchar “científicamente demostrado” y con eso se da por sentado que es una cuestión verdadera, al tiempo que se genera una cobertura hacia campos muy diversos, más allá del conocimiento científico. ¿De dónde le viene a la ciencia ese halo de respetabilidad? Obviamente algo han hecho los científicos para que se les considere en tan alto status, pero debemos analizar las bases de esta situación, para evitar equívocos.
Para empezar establezcamos los términos fundamentales. Los científicos son profesionales certificados dedicados al cultivo del conocimiento científico que es logrado a través de la ciencia. A lo largo de los siglos se han establecido estas relaciones, al grado de que en el momento actual se trata de algo muy formal. En alguna época los científicos se formaban de manera informal, en ocasiones con amplios estudios a través de muchos años de esfuerzos. En la época actual el científico es un profesional con una formación altamente regulada y certificada, avalado por universidades, con grados y posgrados, contratado por instituciones dedicadas al avance del conocimiento, con asignación de equipos y presupuestos crecientes, al menos en los países avanzados.
La investigación se ha institucionalizado y se ejerce en equipo, no limitada por espacios geográficos, ni siquiera temporales. Diversos laboratorios y centros académicos y tecnológicos se entrelazan y comparten logros y avances, sea a través de encuentros físicos y virtuales, mediante un instrumento fundamental: el artículo científico. De este modo se crean comunidades de profesionales interesados en un cierto tema, entre cuyos miembros se comparten metodologías, técnicas, resultados, reflexiones y críticas. Estas últimas son la piedra sobre la que descansa la confianza que le tenemos a la ciencia. Cualquier pretendido avance o descubrimiento es de inmediato puesto en conocimiento de la comunidad interesada y participante del tema.
Cada vez que se cree que hay un avance, este se publica de inmediato en alguna de las miles de revistas especializadas en el mundo. La lucha por conseguir espacio en las publicaciones más prestigiosas es incesante; esto garantiza la mayor difusión y anuncia la primacía de los autores. La comunidad científica interesada en el tema se entera del avance y lo analiza de inmediato, con lo que se toman decisiones, dos en especial: se incorporan estos nuevos conocimientos al corpus con el que ya se trabaja, y/o se replica el estudio con algunas refinaciones para corroborar los resultados. Esta es la única garantía de que los hallazgos son verdaderos, lo que le da su valor al conocimiento científico. Obviamente, no siempre se corroboran los hallazgos o las interpretaciones, de modo que la disputa por la verdad siempre está presente y toda información publicada puede ser debatida y rechazada en su caso. Así se validan los hallazgos.
Cada equipo de científicos trata de acometer al máximo posible la sistematización y el rigor de sus trabajos, de modo que si hay alguna debilidad, o error, este sea descubierto por los propios autores antes de la publicación, pero siempre será posible, tarde o temprano, que los hallazgos sean cuestionados y reemplazados. Para asegurar las mejores oportunidades de hacer aportaciones es necesario observar, ante todo, la sistematización de las ideas. Dicho de modo simple: tomar en cuenta todas y cada una de las posibilidades o mecanismos explicativos, y todas las que se consideren pertinentes sean sometidas a prueba, una por una. Esto se dice fácil, pero en realidad es un trabajo arduo tan solo decidir qué posibilidades considerar y cuáles no. Esto también implica costos, pues cada posibilidad estudiada requiere la asignación de recursos materiales y humanos. Con frecuencia el director de cada laboratorio o centro de investigación, o cada investigador, planea cada ruta de exploración y asigna personal para cada una, de modo que se pueden considerar diferentes posibilidades si se cuenta con los estudiantes de maestría, doctorado y posdoctorado, así como personal técnico especializado.
Cada laboratorio puede optar por una o más líneas de investigación, es decir, diferentes ideas en torno al tema, según los recursos que tenga a mano, sin perder de vista cuáles estudios o exploraciones deben ser secuenciales y los resultados de otros trabajos que se van publicando. De este modo surge una especialización derivada de cada línea de investigación. Esto hace que los avances sean casi siempre parciales y seguidos por nuevas investigaciones que pretenden complementar los resultados. De estos pueden resultar datos confirmatorios, reformatorios o contradictorios. En este último caso puede resultar muy difícil decidir cuál es la mejor explicación, y ello puede tomar décadas y carreras completas de investigadores de alto nivel. De lo anterior se desprende que el camino de los avances ni es lineal, ni tiende necesariamente al progreso continuo. Puede haber retrocesos, cambios de dirección, saltos espectaculares y estancamientos.
Esto ha sucedido muy claramente en el caso de la pandemia por Covid que vivimos. Se publican innumerables proyectos, se adelantan resultados y se ensayan nuevas líneas de acción sin encontrar una ruta única que nos haya podido llevar al éxito. Esto es lo normal, sin embargo, el público general no lo entiende y ve con recelo cómo se publican ideas contrarias y ninguna con resultados definitivos, como lo muestra claramente el caso de las vacunas: varias estrategias, con diferentes bases y diferentes niveles de éxito, sin que tengamos una opción única ni totalmente exitosa. Vimos también la proliferación de medicamentos y medidas terapéuticas lanzadas con pretensiones de cura, sin que se contara con estudios sólidos, sino tan solo pretensiones de verdad basadas en estudios mal diseñados, incompletos o con muestras insuficientes. El camino es arduo y requiere tiempo y recursos.
El caso es que los estudios científicos y sus propuestas no necesariamente aciertan, a pesar de que tras ellos hay gran cantidad de personal altamente capacitado e inversiones multimillonarias. Esto nos deja ver que la investigación científica actual es una empresa de gran calibre, idealmente en manos e universidades, pero también de compañías que pretenden un ganancia económica, también multi-millonaria, como en el caso de las farmacéuticas, de empresas de comunicación y de múltiples procesos tecnológicos que buscan recuperar sus inversiones y reportar beneficios a sus socios y dueños. Por desgracia se llegan a pasar por alto las reglas fundamentales de la ética y la bioética, sobre todo cuando la mira está enfocada en logros económicos.
De todo lo anterior resulta que la ciencia no es todopoderosa, aunque sí es lo mejor que tenemos. Se requiere tiempo y mucho esfuerzo, pues la mayor parte del tiempo los investigadores dedican sus carreras enteras, de 30 años o más, a refinar pequeños detalles, ladrillo por ladrillo de un inmenso edificio que tardará décadas en mostrar resultados parciales. Eventualmente se presentan oportunidades de plantear verdaderos avances que resultan en una comprensión radicalmente diferente de los problemas que queremos vencer. Thomas Kuhn describe estas dinámicas en su obra “Estructura de las revoluciones científicas” y nos explica cómo la “ciencia normal” se dedica a atender pequeñas modificaciones que deberían darnos una idea un poco mejor dentro de un paradigma, o idea dominante, que se va reforzando, hasta que se presentan datos que no encajan.
El hallazgo de “anomalías” es colocado temporalmente fuera del panorama, en tanto se aclara si son reales, o solo el resultado de experimentos fallidos. Se tolera un cierto nivel de anomalías, mismas que se mantienen aisladas del esquema general, o paradigma. Eventualmente persisten como piezas que no encajan, o bien se van sumando con otras anomalías hasta que logran cierto nivel explicativo como para generar un nuevo paradigma. Los científicos que más tiempo de su vida académica le han dedicado al paradigma establecido tienden a seguir trabajando dentro de él, en tanto que los más jóvenes tienden a abandonarlo e instalase en el nuevo modelo, este adquiere el potencial de llegar a generar una revolución científica y proporcionar un nuevo marco de entendimiento.
Las revoluciones científicas son muy poco frecuentes y puede suceder que dos paradigmas contrarios se mantengan en pugna durante muchas décadas, sin que ninguno logre explicar todo lo que el anterior explicaba, más las “anomalías” que no encajaban en al anterior. Se ha citado como ejemplo el problema de la naturaleza de la luz, en la cual tenemos dos concepciones distintas desde hace decenios: la luz está formada por partículas llamadas fotones, o bien, la luz es una onda electromagnética. Tenemos también el caso de la mecánica newtoniana que imperó por casi tres siglos, hasta que apareció Einstein y su Teoría de la Relatividad. En esta se pueden explicar todos los postulados de Newton y además abarca un ámbito mucho más amplio.
Si la ciencia está sujeta a estos altibajos y estancamientos ¿cómo entender que sea todopoderosa? Ciertamente es lo mejor que tenemos, nos ha traído al nivel de comprensión que tenemos del universo, hasta desembocar en tres misterios fundamentales: lo muy grande, o el universo mismo; lo muy pequeño, o el átomo verdadero; y lo más complejo, o el problema de la mente. La ciencia trata de enfrentarse a todos los problemas, pero definitivamente no puede explicarlo todo. Baste un ejemplo para dejar muy en claro este punto: el problema del principio. ¿De dónde surgió el universo? La Teoría del Big Bang es claramente insuficiente. Tendríamos que saber qué fue lo que hizo “bang”, y no conformes con eso, tendríamos que saber por qué. Eso no lo puede contestar la ciencia. A partir de la “Singularidad” que se expandió hasta el universo que hoy en día conocemos, ya es posible explicar cómo se han desarrollado algunos eventos. Pero, por ejemplo, ¿cómo entender qué había antes de haber algo?
Lo verdaderamente característico del conocimiento científico no es su verdad inobjetable, sino su provisionalidad. Volveremos sobre estos temas más adelante.