Por Pedro Manuel Chavarría Xicoténcatl
Los seres humanos hemos llegado a ser tales a través de mecanismos evolutivos, igual que todas las demás especies vivas en este planeta. Esto de ninguna manera nos denigra, por el contrario, nos sitúa precisamente dentro de la amplia gama de los seres vivos. No tenemos nada especial en ese sentido. Lo que nos distingue es el alto nivel de complejidad que hemos alcanzado en comparación con el resto de la materia viva, sin embargo, nuestros orígenes son humildes. Desde las bacterias hasta nosotros se puede trazar una línea tortuosa y ramificada, pero continua.
Las especies vivas en nuestro planeta evolucionan, es decir, continuamente se van transformando y eventualmente unas se transforman en otras. Debemos a Charles Darwin estos conocimientos. Estas transformaciones tienen su precio, pues cada cambio dota a los seres vivos con capacidades diferentes, desde sutiles hasta muy destacadas, para enfrentar al medio ambiente. Este proporciona el sustento para la vida, pero al mismo tiempo aporta factores de desventaja y destrucción.
Cada especie viviente encontrará un abanico diferente de posibilidades en el medio ambiente, a las cuales podrá acceder en su beneficio, o no, según sus características anatómicas, fisiológicas y bioquímicas. Estas mismas propiedades le permitirán no solo extraer lo útil, sino resistir lo perjudicial con mayor o menor éxito, según como vaya cambiando el medio ambiente, que también se modifica bajo la influencia de complejas interacciones físicas y biológicas. Por puro azar, los cambios que experimentan los seres vivos les permiten aprovechar y resistir mejor o peor los factores medioambientales, físicos y biológicos –otras especies-, así que podrán prosperar o decaer.
A diferencia de otras especies vivas, los humanos pueden poner en juego otros medios adicionales a sus características anatómicas, fisiológicas y bioquímicas a fin de sobrevivir, extrayendo ventajas no accesibles de manera inmediata y resistiendo factores adversos. Tal es el caso de las herramientas y de la ropa, por ejemplo. Todos los no humanos deben confiar en sus dotes físicas naturales para subsistir, aunque aún los animales menos capacitados físicamente se las arreglan para buscar o construir refugios y sobrevivir. Sin embargo, solo la evolución ciega podría dotarlos azarosamente para prosperar. Tendrían que esperar a que nuevas generaciones resulten mejor capacitadas de manera fortuita. Los humanos no.
La capacidad cerebral del hombre le permite entender el entorno y esquivar las desventajas. Las señales de bonanza o peligro están ahí y en diferente medida por las diferentes especies es posible detectarlas y obrar en consecuencia. El humano cuenta con otro factor fundamental que le permite aprovechar mejor su comprensión del mundo: la capacidad de manipular los recursos naturales construyendo artilugios que le permiten transformar el medio de manera deliberada y en muchos casos inmediata. La fabricación de herramientas no es exclusiva del humano, pues primates avanzados, aves y otros, las pueden fabricar y aplicar en su beneficio.
Las herramientas son un recurso adicional a los cambios evolutivos para adaptarse al medio ambiente, de este modo los seres vivos superamos nuestra dotación física y extraemos mejores recursos y evitamos muchas amenazas. Aquí asistimos a una importante novedad: biología no es destino. O sea, no dependen los seres vivos solamente de sus recursos corporales naturales, sino que ahora esos recursos procuran otros medios no corporales para sobrevivir. Tal es el caso de los nidos, por ejemplo; se trata de un refugio no natural, construido. Igual pasa con la ropa y todo tipo de construcciones, desde chozas hasta rascacielos. En una etapa previa aparecen las primeras herramientas, como el hacha de mano: una simple piedra blandida con un objetivo específico y certero. Se supone que esta herramienta ayudó a raspar la carne adherida a los huesos que dejaban predadores más poderosos. Este cambio dietético daría lugar a un desarrollo cerebral mayor.
Podría pensarse que estamos atenidos a lo que la evolución física nos dio, pero no solo los humanos han encontrado el modo de aplicar esos recursos para explotar mejor el medio ambiente. Recordemos la frase bíblica: “…que el hombre se enseñoreé del mundo”. Así vemos la conjunción de lo físico y lo mental para entender y dominar al entorno. Las herramientas, desde el hacha de piedra hasta las grúas y computadoras, han transformado profundamente el medio y las sociedades humanas. Es cierto que no todo se puede inscribir como logro y ventaja, pues también hemos generado muchos daños. Sea como fuere, empleamos recursos tecnológicos para tratar de vivir mejor.
Inevitablemente la tecnología no solo se ha aplicado al exterior, sino hacia nuestro propio cuerpo. Un simple bastón y luego una pierna de palo cambiaron el rumbo de la aplicación tecnológica. Aún estos podría decirse que se aplican externamente a nuestros cuerpos. Pero ¿qué podríamos decir de las prótesis dentales, de los lentes intraoculares, de los reemplazos de cadera y de los implantes auditivos? Por no mencionar los marcapasos internos, prótesis de válvulas cardíacas y hasta implantes cerebrales. Y no solo nos aplicamos e introducimos estructuras artificiales. Hay muchas personas que nacieron con dos riñones y ahora tienen tres, fruto de trasplante, o cuentan con un hígado suplementario, por ahora tejidos humanos, pero ya contemplamos trasplantes de animales, como el caso de los riñones de cerdo.
La aparición de impresoras tridimensionales permite literalmente imprimir o esculpir estructuras anatómicas, como orejas, sino que ahora se trabaja en fabricar órganos con células vivas en lugar de polímeros plásticos; en lugar de un micro chorro de tinta o plástico podremos aplicar una micro-inyección de células vivas que puedan organizarse en tejido funcional. Hace muchas décadas ya que nuestra biología ha sido complementada, o suplementada por diversos recursos tecnológicos y biológicos y ya vemos muy cerca los implantes computacionales.
Ya no somos tan humanos como solíamos serlo hace mucho. Millones de personas usan lentes, caderas artificiales, prótesis dentales y más. Esto es supra-biológico, tanto si el implante es plástico o celular. Millones de personas sobreviven y son altamente competitivas gracias a unos anteojos. Nadie se ha opuesto a estas mejoras. Se han considerado benéficas y deseables; provienen de cambios paulatinos desde una piedra en la mano, hasta una conexión neuronal para controlar un brazo totalmente artificial y hasta otros artilugios separados de nuestro cuerpo a grandes distancias, como computadoras, vehículos y herramientas.
Millones de personas han superado el concepto de humano. Todo el que usa lentes, prótesis dentales y otros implantes es más que humano. Es un post-humano o un trans-humano y lo aceptamos entre nosotros, tanto si ignoramos su condición, como si la conocemos. Podría argumentarse que esos implantes son un apoyo necesario para vivir, sin embargo no siempre es así. Hay quienes se hacen implantar cubiertas dentales solo para mejorar su aspecto. Lo mismo pasa con los implantes mamarios. Otras personas se someten a cirugías para aumentar su estatura, solo por el deseo de verse más altas. O se hacen extraer grasa de la barbilla, o se aumentan el mentón. No son cambios necesarios para suplir una deficiencia. ¿Es necesario ser más alto o tener senos más grandes? ¿Necesidad física o psicológica, o social? El asunto se va complicando.
Sin embargo, esta transformación paulatina que hasta hoy se ha considerado benéfica, o al menos inocua, empieza a llegar a terrenos más polémicos: la modificación del genoma. Humanos bajo diseño. Hasta hoy se ve muy deseable intervenir el genoma para corregir defectos que darían lugar a enfermedades terribles, como la hemofilia. Pero qué decir de tratar de modificar la estatura, el color de los ojos o del pelo, o la masa muscular, o la distribución y cantidad de grasa corporal, o incluso de incrementar la inteligencia.
Además de los aspectos éticos intrínsecos, tenemos el problema de los riesgos asociados de producir efectos indeseables no calculados, desconocidos. Uno de los primeros pacientes de terapia génica murió como consecuencia del tratamiento. En otros casos, como el de Louise Brown, primera persona concebida en una probeta, parece que no ha habido efectos colaterales. ¿Al intervenir sobre el genoma, o sobre aspectos reproductivos, así sea solo para elegir el género de una persona, estamos transgrediendo normas éticas fundamentales? Sin duda que estamos ante una situación muy delicada y los humanos nos inscribimos en dos grandes grupos: a favor y en contra.
Quienes están a favor argumentan que tenemos derecho a mejorar nuestra condición de “humanos básicos”. Los que están en contra argumentan que no tenemos derecho a modificar nuestra constitución genética, que esto es indigno. Pero ¿dónde poner la raya? Si es para curar una enfermedad sí se permite, pero si es para mejorar la inteligencia de una persona, no? ¿O si queremos cambiar el color de la piel y de los ojos? ¿Esto último es intrínsecamente reprobable? ¿Genera algún tipo de daño o de riesgo? Seguramente habrá otros temas más difíciles de decidir, como mayor resistencia a algunas enfermedades, infecciosas, por ejemplo. Estas se pueden prevenir con vacunas y con ciertos estilos de vida, pero ¿no sería mejor si las personas nacieran inmunes a ciertas infecciones? ¿O a ciertas enfermedades degenerativas, como aterosclerosis, diabetes o problemas renales primarios?
Sin duda es un problema serio. ¿Seguimos, o nos detenemos? Ya hemos tomado en nuestras manos la evolución, hasta hace unos años un mecanismo natural. Ahora conseguimos que muchas personas que antes morían tempranamente sin poder reproducirse, ahora lo hagan y transmitan sus genes mutados y como consecuencia veamos cada vez más casos de esas enfermedades, lo que acarrea sufrimiento y carga económica enorme. No podemos dejar morir a los enfermos, pero ahora empezamos a poder evitar que enfermen si modificamos parte del genoma. ¿Debemos? ¿Dónde debemos detenernos?