Leonardo da Vinci, uno de los refulgentes genios de la humanidad, nació en la Toscana italiana en 1452 y murió en esa misma tierra en 1519, hijo de un abogado y una campesina. Inició estudios pictóricos en Florencia, en el taller de Andrea de Verocchio, donde mostró su talento innato, superando a su mentor.
En l482, buscando horizontes, se trasladó a Milán y se presentó ante el Duque Ludovico Sforza (“el moro”), poderoso hombre de la región y mecenas de talentos jóvenes, quien lo apoyó sin condiciones, actuando durante diecisiete años como pintor y educador en ingeniería.
Su obra posterior lo consagró como talento único en la historia del arte, debido a su incansable iniciativa, relación con artistas y miembros de la realeza que lo apoyaron por su arte extraordinario.
Entre sus veinte pinturas conocidas destacan La Mona Lisa o Gioconda, La adoración de los magos, La virgen y santa Ana, La virgen de las rocas, pintura en que el sfumato de su creación da una imagen de contornos esfumados hermosa, y La última cena. Todas sus obras han merecido reconocimiento de eruditos en arte de todos los tiempos, pero en La última cena de pascua de Jesús con sus apóstoles, diversos académicos de historia religiosa y arte sacro han descubierto un simbolismo enigmático. Leonardo se basó en la descripción de Juan en su evangelio, capítulo XIII.
La pintura (un mural, un fresco) fue por encargo de Ludovico Sforza, para situarla en el refectorio del convento de Santa María de la Gracia en Milán, pintada en 1498, uso témpera, óleo sobre capa delgada de yeso (intonaco), brea y masilla, el cuadro grande mide 4.6 x 8.8m. (https://www.culturagenial.com/es/cuadro-la-ultima-cena-de-leonardo-da-vinci/).
El célebre fresco es el único vestigio de lo que fue la iglesia de Santa María delle Grazie, cerca de Milán, es lo único que permaneció casi indemne después de los bombardeos nazis en la Segunda Guerra Mundial.
La última cena, de otros artistas consagrados como Tiziano, Juan de Juanes, Raphael Sanzio y Luys Tristán, distan mucho de la distribución de los apóstoles a los lados de Jesús como en la pintura de Leonardo, que los ubica en grupos de tres, esta distribución permitió al autor incluir sutiles signos de su forma de ver el evento histórico religioso.
En el segundo grupo, están Judas Iscariote, Pedro y Juan, una mano detrás de Pedro sostiene un cuchillo que se orienta al discípulo de atrás, en el primer grupo, pero esa mano anatómicamente no puede corresponder a ninguno de los apóstoles.
Junto a Pedro, segundo grupo, se encuentra Juan con franca fisonomía y actitud femenina, separado de Jesús, dejando entre ellos un espacio amplio en forma de V. Según Lynn Picknet y Clive Price, las figuras de Juan y Jesús, separados arriba y muy cercanos abajo, delinean una M, que interpretan como símbolo de mujer. Entonces, los autores concluyen que el sitio de Juan lo ocupa una mujer, pero ¿qué mujer, a quién quiso representar Leonardo? (Revelación de los templarios, Ed. Martínez Roca, Madrid, 1998).
Además, Picknett y Prince interpretan la mano de un discípulo señalando el cuello de Juan, con actitud amenazadora y del lado izquierdo de Jesús, uno de los apóstoles lo ve fijamente y tiene la mano levantada, señalando con el índice hacia arriba, en actitud recordatoria o de advertencia, esta imagen del índice levantado la usó Leonardo cuando aludía a Juan y para algunos autores el índice en alto le han llamado “el gesto de Juan” y aparece en varias obras del Renacimiento, “La academia de Atenas” de Raphael o “La adoración de los magos” del mismo Da Vinci.
En extremo izquierdo a Jesús, en el cuarto grupo, Mateo, Judas Tadeo y Simón Zelote, donde un hombre corpulento y barbón que parece ser Judas Tadeo y es el autoretrato evidente de Leonardo, se inclina, dando la espalda a Jesús. (Código Secreto de Leonardo Da Vinci, en La revelación de los templarios, Ed. Martínez Roca, Madrid, 1998).
Finamente, por ahora, en la mesa de la cena no aparece cáliz alguno, como en todas las otras versiones célebres de este suceso tan importante para el cristianismo.
Los académicos estudiosos de estas controversias con la cristiandad ortodoxa, emergidas por los simbolismos de la Última cena de Da Vinci, han permitido plantear la cuestión, ¿Fue Leonardo realmente un cristiano convencido que quiso irradiar su fe en su obra pictórica? Algunos investigadores consideran que nada esta más lejos de la verdad.
“Da Vinci no fue verdadero creyente, los rasgos curiosos e insólitos que se encuentran en una sola de sus obras, parecen decirnos que hay una segunda lectura en la escena bíblica de la Última cena, otro mundo de creencias, más allá de la imagen original congelada en el muro del convento de Santa María de la Gracia, del siglo XV, en las afueras de Milán” (Las sendas de la herejía, en Código secreto de Leonardo Da Vinci).
Las personas que asistimos a los museos a admirar obras de arte famosas, no tenemos conocimiento de su historia ni la personalidad del autor y solo nos detenemos ante el cuadro pendiente de la pared del museo, disfrutamos la belleza de las imágenes, el realismo que seamos capaces de percibir, y a la que sigue. Cada cuadro de los enormes artistas de la antigüedad, tiene su historia, plasma en imágenes el sentir del autor, en ellas vuelca sus deseos, dudas, sufrimiento y, con frecuencia, su verdadero pensar.
Al final de la visita, el público interesado, no el fortuito, podrá tener criterio personal acerca de lo que ve, percibe y sabe de la obra que disfruta.
Para disfrutar un museo, como a los que tenemos la fortuna de acceder, es valioso llevar un apunte en la mente o en papel, de lo que los expertos han dicho sobre lo que vamos a contemplar, aunque veamos solo parte de una sala, ya volveremos por lo demás.
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