Por Rafael Andrés Schleske Coutiño

México no se entiende en una sola lengua, ni en una sola historia. Se dice en náhuatl, tsotsil, zapoteco, maya, mixe, totonaco. Se canta en la marimba y se baila en los fandangos. También se camina con piel morena en las costas del Pacífico y el Golfo, donde las comunidades afromexicanas han resistido y construido, muchas veces sin ser nombradas.

Hablar de democracia y justicia social es reconocer esa diversidad no como un obstáculo, sino como una riqueza. Porque en la diferencia está también la posibilidad de unidad: cuando todas las voces se escuchan, el país se vuelve más fuerte, más justo, más completo.

La representación no se trata solo de ocupar un lugar en la mesa, sino de asegurar que las decisiones reflejen las realidades y sueños de quienes han sido parte de esta nación desde mucho antes de que existieran las urnas.

Hoy más que nunca, el reto no es solo incluir, sino dialogar. No solo sumar, sino entender. No solo garantizar derechos en el papel, sino hacerlos vida en el territorio.

México se construye con todos. Y cuando todas las culturas son respetadas, la democracia florece.

Nos seguimos leyendo.

@RAFASCHLESKE

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