La economía es importante, pero no es suficiente. Una nación necesita alma, propósito, virtud.
David Brooks
Por David Quitano
A nivel regional e internacional, estamos viviendo días históricos. No por su espectacularidad inmediata, sino por su profundidad estructural. Asistimos al derrumbe del orden económico global que rigió las últimas cinco décadas.
No se trata de una simple reconfiguración de tratados o ajustes de tasas; es el fin de una arquitectura económica internacional basada en la complementariedad económica disfuncional entre Estados Unidos y Asia.
Durante medio siglo, ese orden descansó en un equilibrio frágil pero funcional: Asia, liderada por China, producía bienes baratos y prestaba dinero; Estados Unidos consumía sin freno, endeudándose y manteniendo así a flote un sistema que favorecía a ambas partes, aunque de forma desigual.
Era un acuerdo implícito que ocultaba su insostenibilidad bajo el espejismo de la eficiencia global. Hoy, ese acuerdo ha colapsado.
Donald Trump no fue su arquitecto, pero sí su demoledor. Todo hace ver que el neomercantilismo está en marcha. Con su visión proteccionista, su rechazo frontal al multilateralismo y su retórica incendiaria, Trump dinamitó los pilares del estatus quo, y nos tenemos que adaptar.
El consenso neoliberal quedó herido de muerte. Y lo que viene no es un regreso al pasado ni una nueva forma de globalización, sino una transición caótica, incierta y potencialmente desestabilizadora.
Lo que estamos viendo no es solo el cierre de un capítulo económico, sino una transformación sistémica. Las señales están por todas partes: mercados volátiles, tasas de interés impredecibles, bancos centrales paralizados por el miedo a la inflación, y líderes financieros advirtiendo del abismo.
Bill Ackman habla de “error”, Stanley Druckenmiller denuncia el déficit, Dan Loeb señala fallas conceptuales, y Jamie Dimon lanza una advertencia contundente sobre el riesgo de fragmentación de alianzas económicas clave. No es una crisis más: es el fin de un paradigma.
En este contexto, las reacciones de los países también revelan el nuevo tono del comercio internacional. México, por ejemplo, impuso recientemente una cuota compensatoria a las importaciones de clavos de acero chinos tras comprobar prácticas de dumping.
La medida, solicitada por Deacero y sustentada por la Secretaría de Economía, no solo defiende a la industria nacional, es también un gesto de alineamiento geopolítico y económico en tiempos donde los alineamientos se vuelven cruciales.
Las cuotas de 0.380 dólares por kilogramo pueden parecer técnicas o anecdóticas, pero su significado es más profundo, México comienza a tomar posiciones estratégicas en un mundo donde la neutralidad comercial ya no es viable.
La competencia con China deja de ser silenciosa; el proteccionismo, antes condenado, ahora se asume como defensa legítima. Lo que emerge, aún entre sombras, es un nuevo régimen económico mundial. Uno más fragmentado, más regionalizado, posiblemente más conflictivo.
Los ganadores serán aquellos países que logren adaptarse con inteligencia a este entorno diversificando mercados, defendiendo sectores estratégicos, fortaleciendo su política industrial y, sobre todo, comprendiendo que la economía ha vuelto a ser política en estado puro.
México, por su posición geográfica, por sus vínculos comerciales y por su dependencia del mercado estadounidense, no puede darse el lujo de la pasividad. La defensa del interés nacional ya no se juega solo en la diplomacia comercial, sino en cada decisión sectorial, en cada industria vulnerable, en cada tratado por firmar o por revisar.
No estamos ante una simple crisis, estamos frente al nacimiento de un nuevo orden mundial. Y como en todo parto histórico, la incertidumbre será el precio de la transformación.
**Los comentarios aquí vertidos son personales y con efectos académicos, no son posiciones de la institución en donde trabajo.