Por Pedro Chavarría.

15 de agosto del 2025.- Esta dicotomía se aplica a la conducta en general, de modo que muchas especies animales pueden presentarla. En el caso del altruismo, el sujeto está predispuesto a ayudar a otros a conseguir un objetivo, de modo que tiende a predominar la cooperación. En el caso del egoísmo, la situación es inversa: el sujeto ve, ante todo, por sus propios objetivos individuales, de modo que predomina la competencia.

Los humanos no escapamos a estas dos alternativas. Está claro que optar por una, consciente, o inconscientemente, descarta la otra. O se es altruista, o egoísta. La decisión aplica para cada caso específico, es decir, se puede ser egoísta ante ciertas situaciones, y el mismo individuo puede ser altruista en otras. Esto complica mucho la discusión centrada en definir si somos egoístas o altruistas.

Podemos agregar otra dificultad más. No solo importa el individuo que emite la conducta, sino que cada caso puede presentar decisiones diferentes, según varios factores; pero esto tampoco asienta una regla, pues las condiciones externas influyen de manera poderosa, y además, debemos tomar en cuenta los alcances a quienes se extienden los efectos egoístas o altruistas. Veamos el caso específico del hombre. Se trata de un ser gregario que tiende a formar organizaciones sociales complejas, cuya base es la familia.

La organización social basada en la familia humana refleja la misma tendencia de otras especies animales, aunque con notables grados de diferencia. En primer lugar, la familia surge de una necesidad biológica: ciertas especies requieren cuidados parentales para sobrevivir, por lo que se forman familias, desde temporales hasta permanentes, uni o biparentales, incluso con participación permanente de otros miembros, como tías y abuelas -caso de las elefantas. Los machos de algunas especies están menos atenidos a las familias – caso de los leones, por ejemplo-.

Posteriormente surgen otras necesidades que la familia tiende a resolver y se encuentran jerarquías y otras interacciones sociales, de donde surge la tendencia al altruismo. Como vemos, este surge de una necesidad biológica, que obedece la regla máxima para los seres vivos: “Te mantendrás vivo, tanto como puedas. Y te reproducirás tanto como puedas”, de donde surge naturalmente la siguiente extensión: “cuidarás de tu descendencia, tanto como necesite y puedas”. Obviamente, la cláusula “tanto como puedas”, alude directamente al potencial biológico de cada especie.

Algunas especies pueden más que otras: mantenerse vivas, reproducirse y cuidar de su descendencia. Veamos el caso de las tortugas: desovan en las mejores condiciones posibles, para lo cual cavan en la arena en ciertos lugares y tiempos, depositan los huevos y cubren el sitio. Biológicamente, no pueden hacer más. Han protegido a sus crías antes del nacimiento, procurando las mejores condiciones posibles, como época del año, cubierta y cercanía con el agua. El caso de las cebras, por el contrario, muestra que la madre puede y debe proteger a su cría hasta que esta pueda valerse por sí misma para evadir a depredadores.

Surge una nueva variable: el valor de las crías, sin que esto suene peyorativo. Una tortuga pone muchos huevos; de algún modo está calculado que no todas las crías van a sobrevivir. Las cebras tienen una sola cría tras un embarazo de alrededor de un año, tiempo durante el cual la futura madre es vulnerable. Si se pierde una cría, la oportunidad de la mejor reproducción (“te reproducirás tanto como puedas”), se pierde, y con ello un tiempo muy valioso, de modo que una cría de cebra es más valiosa en términos de tiempo invertido y oportunidad centrada en un solo individuo. En cambio, la tortuga, apuesta por otra estrategia: muchas posibles crías exitosas atenidas a su propio instinto de supervivencia (“te mantendrás vivo tanto como puedas”).

Así, podemos ver que la necesidad de supervivencia dicta ambas conductas, egoísta – mantenerse vivo- y altruista -proteger a su cría-. Pero aun ambas posibilidades se extienden en forma directamente relacionada con la supervivencia -bien máximo: la vida-. El egoísmo preserva al individuo, pero este debe proteger, en la medida de lo posible, a su descendencia, de donde surge naturalmente el altruismo, al grado que en algunas especies de arañas, la madre se deja devorar para mantener a sus crías. Pero el altruismo en algunos casos debe extenderse al grupo familiar extendido: manada, tribu, pueblo, país, hasta biosfera.

Estas extensiones del altruismo/egoísmo, hacen muy difícil su evaluación desde el punto de vista filosófico, psicológico y sociológico. Note que acabamos de plantear una secuencia de extensiones de esta dicotomía. La filosofía argumenta desde el poder de la razón, tal como lo ha hecho por siglos. La psicología apela a estudiar las conductas observables en un individuo. La sociología se extiende más allá y estudia grandes grupos poblacionales, donde el individuo es a la vez pilar fundamental, pero de alguna manera, se diluye dentro del grupo.

La discusión filosófica es indudablemente de un valor muy alto, pues se basa en el poder de pensamiento humano, aunque, en última instancia, requiere de observaciones del entorno humano en estos temas de egoísmo/altruismo. Se puede argumentar desde el poder de la razón, pero la experiencia no puede ser dejada fuera, como nos muestra la teoría geocéntrica del universo. En la Tierra se encuentra la máxima expresión -conocida- de la vida, el ser pensante, por ello, la Tierra debe ser el centro del universo, y al menos el sol, y todas las estrellas, por extensión, deben girar alrededor de la Tierra. Y la observación empírica demostró que no es así. En algunos casos, la filosofía requiere del concurso de la observación científica.

La discusión filosófica en torno al altruismo/egoísmo se ha afinado aplicando los preceptos al estudio del comportamiento humano, que en esta discusión es lo que nos importa. Se han hecho estudios rigurosos, entrevistando, aplicando encuestas y diversas baterías de pruebas psicológicas, para conocer la forma de pensar y actuar de las personas. Pero aquí entran en juego algunas tendencias no controladas en la investigación -sesgos-. Todo depende, en última instancia, de a quiénes se entrevistó o aplicaron las encuestas y pruebas, su origen étnico, nacional, social, grado de escolaridad, religión y otras condiciones.

Aún más, queda pendiente de analizar si el sujeto responde en forma anónima, o de cara al investigador, pues en este último caso queda la posibilidad de que conteste lo que cree que el investigador quiere saber, o que pretenda obtener prestigio o reconocimiento por su respuesta, lo que vuelve poco confiables los resultados. Incluso, no es fácil descartar que la respuesta esté influida por otros factores, como la historia personal, el momento de su vida y las circunstancias socioeconómicas e históricas por las que atraviesa su grupo social, que pueden verse reflejadas en la información que se difunde, a qué medios tiene acceso y cómo le impactan los acontecimientos en su vida laboral, social y familiar.

Los psicólogos están muy al tanto de estas determinantes que giran alrededor del sujeto y han elaborado diversas alternativas para controlarlas, es decir, tomarlas en cuenta. Más allá de estos factores que afectan al individuo como persona, surge la perspectiva sociológica: cómo piensa y se comporta el grupo social. Una vez más, hay determinantes muy importantes a considerar, como son, momento histórico mundial y local, país o región estudiada, etnicidad, género, nivel socioeconómico en el que se realiza la medición y muchos otros determinantes sociales, políticos y económicos.

Los sociólogos están conscientes de estos factores y apelan a distintas maniobras, como el muestreo balanceado, para que muchos grupos estén representados, o al presentar los resultados se especifiquen sus alcances, declarando cuáles son las limitaciones de su estudio.

Además, se recurre a analizar grandes bases de datos, con cientos de miles de personas de diversas regiones, etnicidades y grupos etarios. A partir de estos resultados, así acotados, se pueden obtener algunas conclusiones acerca de si el ser humano es egoísta o altruista.

Los resultados globales parecen respaldar algo que ya se veía desde las discusiones filosóficas y psicológicas: ambas tendencias se encuentran en los seres humanos. En diferentes personas se manifiestan más unos rasgos que en otros. En diferentes etapas de la vida, las actitudes pueden cambiar y se manifestarán con mayor o menor fuerza, según las condiciones personales, el tipo de familia y sociedad en la que viva y con su grado de escolaridad e información del mundo que tenga.

Ya la biología nos permitía adelantar algunas conclusiones. La competitividad permite la persistencia de los individuos más resistentes y exitosos para mantenerse vivos y llegar, cuando menos, a la etapa reproductiva, conseguir pareja y tener y cuidar a su descendencia, tal como nos explicó Darwin con su Teoría de la evolución. Pero también vemos cómo la cooperación es muy necesaria y cómo algunos individuos se sacrifican, o se ponen en riesgo para apoyar a los necesitados. Todos hemos visto búfalos que hacen frente a un león para defender a uno de su grupo atacado y en riesgo de morir. Hemos visto como una madre cebra corre al lado de su cría, interponiéndose ante el depredador para proteger al
vulnerable.

En el humano afloran contradicciones que solo podemos explicar apelando a esta dicotomía. La guerra, por ejemplo, nos muestra cómo el ansia de poder y dominación aplica en una persona, capaz de enrolar a toda una nación, en su afán de hacerse con los bienes de otro, someterlo y así tener más posibilidades de persistir. ¿Recuerdan la pretensión de un “Reich de diez mil años”? Pero también recordamos ejemplos de amor y cooperación para ayudar a los más necesitados. El egoísmo solo, representado por la competitividad y la supremacía del más fuerte, no es una solución viable, como nos ha mostrado la historia, y como nos muestra la biología: los padres se sacrifican por los hijos: arañas, cebras o
humanos.

Finalmente, filosofía, psicología o sociología, están centradas en un ser vivo, pensante, que sobrevive luchando y cooperando, en un delicado balance que con frecuencia cae en el egoísmo, no sin esperanza de volver al altruismo y la cooperación. Ni blanco, ni negro. Toda una gama de grises.

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