Por David Quitano Díaz
“La tecnología es un regalo de los dioses. Puede ser el motor de la prosperidad y la libertad. Pero también puede crear enormes desigualdades y disrupciones”
-Erik Brynjolfsson
01 de octubre del 2025.- Quien recorre los mercados de Xalapa o se detiene en un café del puerto de Veracruz, es testigo de un cambio imparable, donde antes solo circulaba el efectivo, hoy la pantalla de un celular sella transacciones y el NFC la dinamita. Esta escena cotidiana ilustra una transformación mayúscula que, según el informe “Más allá del dinero en efectivo” del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), ha triplicado los pagos digitales en la región desde 2019.
Nos encontramos ante una revolución que nos exige una visión clara y acciones decididas para convertirla en un motor de prosperidad compartida. Desde mi perspectiva, anclada en la realidad veracruzana y formada en nuestra universidad pública, el potencial es innegable.
Por ejemplo, el éxito del sistema Pix en Brasil, que ha integrado a casi toda su población adulta, nos muestra el camino. La promesa de una economía más ágil, segura y, sobre todo, inclusiva, está a nuestro alcance. Ahora, el desafío consiste en diseñar inteligentemente el puente para que todos puedan cruzarlo.
Para lograrlo, debemos reconocer que el progreso nos lleva a una encrucijada donde la acción deliberada es fundamental. El informe del BID identifica con precisión los obstáculos a superar, las brechas de adopción que afectan a zonas rurales, adultos mayores y comunidades de bajos ingresos, la persistencia de una economía informal y una comprensible desconfianza en la seguridad digital que afecta a cerca del 30% de la población.
Considero, que lejos de ser un freno, estos desafíos deben ser la hoja de ruta para una política pública innovadora y profundamente humana.
El camino para seguir requiere que nuestras estrategias sean hechas a la medida, abandonando las soluciones genéricas. La verdadera labor comienza en la “última milla, el último kilómetro”, enfocándonos en quienes más lo necesitan.
Esto se traduce en llevar programas de alfabetización digital a las casas de nuestros adultos mayores e invertir decididamente en conectividad para las regiones productivas de Veracruz, desde la Huasteca hasta Los Tuxtlas. Este enfoque debe basarse en la atracción e inclusión.
La evidencia demuestra que los incentivos inteligentes son más eficaces que los mandatos que pueden empujar a la informalidad. Debemos hacer que los beneficios de la economía digital y formal sean tan evidentes y accesibles que la transición se convierta en la opción más lógica para los pequeños empresarios y los trabajadores.
Este esfuerzo no puede dejarse únicamente a las fuerzas del mercado; el Estado tiene el rol irrenunciable de ser el arquitecto de este nuevo ecosistema. Desde la economía conductual, los principales exponentes han coincidido que la tarea es garantizar una cancha pareja, asegurando la interoperabilidad total entre las distintas plataformas, promoviendo una regulación que fomente la competencia y la innovación, y, de manera prioritaria, construyendo un entorno digital seguro que proteja al consumidor del fraude.
Solo con un sistema confiable podremos cimentar una adopción masiva y duradera. La revolución de los pagos no se trata de tecnología, sino de personas. Tenemos la oportunidad histórica no solo de modernizar nuestras transacciones, sino de diseñar un sistema financiero que no deje a nadie atrás y que convierta cada pago digital en un paso hacia una mayor integración y bienestar para Veracruz y todo México.